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#1 ASPIRANTES A DOMINICOS DE ARCAS REALES 1963*** (IV), por Rafael Martínez Bernardo publicado el 10/11/2018 a las 14:09
Algo insólito y medieval era el uso del famoso “cíngulo”, cuyas huellas oscurecieron durante mucho tiempo mi cintura: consistía el arcaico artilugio en una cuerda cargada de nudos que se ataba a la cintura, se suponía que directamente sobre la carne, aunque se podía tomar la licencia de ponerla sobre la ropa interior y de este modo suavizar sus efectos; además, cuanto más sacrificio quisieses ofrecer a Dios por tus pecados y por los del mundo, más apretabas el cinturón de las narices.

La gran burla que me convenció para abandonarlo a su suerte fue cuando estaba de vacaciones en el pueblo e íbamos a bañarnos al río, allí aparecíamos como fantasmas caídos de otro mundo con aquello atado a la cintura, las burlas eran sonoras, nunca más. Cuando accedimos al pabellón de los mayores dejó de ser obligatorio y se perdió su uso. Con el tiempo me imaginaba yo a ciertos alumnos díscolos en mis clases cargados con cíngulos bien apretados haciendo sacrificios por la humanidad.

Las tareas religiosas también incluían ayudar a misa en la capilla de los frailes, para ello había que madrugar, pero merecía la pena porque descubríamos “mundos misteriosos” al cruzar el comedor, el office, pasillos desconocidos, y luego ayudar a una misa informal del P. Ibáñez, que apagaba las velas con el paño de encima del cáliz (¿¿nombre??). Luego escurríamos las vinajeras y todavía daba tiempo a echar unos tragos de vino dulce directamente de la botella, alguno llegaba muy contento a las primeras clases; el trofeo que se conseguía al regresar era una barra de pan escondida bajo la ropa para delicia del propio y de los compañeros.

Cuenta el artista cantarín del “Cordobés” y experto en nocturnidades J.L.M. que una noche bajó a la capilla principal a aliviar su sed y satisfacer su alma con tan mala suerte que entró un fraile, solo vio la sombra, pero el héroe no se arredró, esperó (“las cosas buenas llegan para los que saben esperar”, dicen los ingleses) y cumplió con su deber moral de vencer a la tentación cayendo en ella.

Los dormitorios estaban formados por cuatro filas de camas con una separación entre ellas y una fila de “aparadores” o mini armarios para guardar nuestras posesiones, con qué poco nos bastaba. En cuanto apagaban las luces no se podía ni susurrar, al fondo del dormitorio estaba la celda del fraile vigilante de cada dormitorio; al que pillaban hablando podía estar castigado de rodillas un buen rato o recibir un tortazo directamente; estando en 2º curso se preparó un gran jaleo porque los sábados por la noche los frailes venían más tarde, no se sabe por qué, se decía que estaban viendo la tele y sospechábamos que alguna vez traían un ligero tufo alcohólico y no de rezar el rosario precisamente; alguien se chivó al P. Villarroel de que Domitilo Casas y yo habíamos hablado, nos llevó a su habitación y nos sacudió con las “disciplinas”, - cuerdas con nudos -, en las piernas todavía en pijama, dolía tanto la humillación como el castigo físico.

Con todo lo que rezábamos y que nos hiciesen eso, injusticia divina, pero no les guardamos rencor; de vez en cuando veíamos alguna paliza injusta y entonces sí se enervaba al personal, pero eso sucedía cuando éramos mayores. El P. Pablo era de temer, como así asegura D. C. que le cayó una descarga de tortas sin preguntar, y el hombre no pudo saborear ninguna. Solo subíamos a los dormitorios a asearnos después del desayuno y hacer las camas, y para dormir, no nos lavábamos la boca en todo el día; una vez por semana (aunque no lo necesitásemos, como dicen que dicen los ingleses) nos duchábamos, con el bañador puesto, claro, no vaya a ser que a alguno se le despertasen malos pensamientos acuciados por el Maligno; cuando nos secábamos con aquellas raquíticas y mínimas toallas, teníamos que tener cuidado que no se nos viese nada de nuestras partes privadas y divinas, como quinceañeras, y  los frailes llamaban la atención a los más descocados.

El hacer bien las camas era un mérito, puntuaba para la asignatura de Trato Social (normas de urbanidad), del P. Villaroel, cada mes salía publicada en el tabón de anuncios una lista de los que mejor y peor hacían las camas, cosa muy injusta pues había somieres rebeldes que siempre quedaban hundidos y daban muy mala imagen. En el pequeño libro de texto de Trato Social había cosas curiosas que solo comprendimos con la edad, como cuando decía que en las escaleras de caracol el hombre debía subir antes que la mujer y al bajar, la mujer delante, ¿qué misterio habría en ello?, nos preguntábamos, nadie nos dio respuesta hasta que alguno más espabilado nos lo aclaró.

La asignatura luego pasó a llamarse Urbanidad, y era curioso ver al P. Villarreal enseñándonos a comer educadamente en el salón grande, a pelar la naranja, usar los cubiertos y otras útiles lindezas. Las camas también servían como instrumentos de gimnasia, para el ejercicio de ponerse con la cabeza hacia abajo y sujetándose en los barrotes o para hacer flexiones, ay de ti como te pillasen. Los sábados nos entregaban nuestra bolsa con la ropa limpia y había que ordenarla, pertenecía a la leyenda urbana el hecho de que alguna chica empleada en la ropa enviada mensajes en la bolsa de la ropa, nunca conocí un caso. Al apagar las luces el silencio era preceptivo y de obligado cumplimiento, so pena de algún sopapo, como ya ha sido mencionado.

Durante los fines de semana había varias sesiones de estudio, teníamos clase el sábado por la mañana, como en la escuela del pueblo, y teníamos libre el jueves por la tarde. Pero lo que más nos gustaba eran las famosas “veladas” en el gran – al menos para nuestros pequeños ojos con la perspectiva temporal -salón de actos: estas consistían en representaciones cortas de sainetes, obras de teatro (las famosas La vida es sueño, Escuadra hacia la muerte, El hijo pródigo), actuaciones variadas, la rondalla del padre Regino, la coral con el padre Gil y un año con el padre Llanos. Y de este modo pasábamos muchas tardes de los fines de semana. Antes de las Navidades había una velada muy importante, en ella se escogían “compas” por sorteo, un fraile se hacía compañero de un aspirante, una especie de protector, los más espléndidos daban un regalo a los alumnos o los tenían un poco enchufados; un año me tocó a mí con un fraile muy viejo y me regaló un tanque de plástico, para qué c… querría yo eso.

La coral era un aspecto destacado, un momento culminante en todos los actos: el padre Gil la dirigía con gran entusiasmo y mucha creatividad, enérgico y delicado a la vez, todavía estoy viendo el movimiento de sus brazos navegando entre aquellas inmensas mangas blancas del hábito, sudando, marcando el ritmo y dando entrada a las voces de aquellos pequeños ruiseñores y de los graves pavarottis. Yo era tiple y a veces cantaba gregoriano; un año durante las Navidades fuimos a un concurso de villancicos unos veinte “cantores”, así nos llamaban, disfrazados de pastores, no ganamos porque cantábamos polifonía a cuatro voces en vez de a dos. Nos introdujo, al menos a mí, a la música coral y de allí me queda el gusto por la música religiosa de T. L. de Vitoria, Palestrina, la endiablada, con perdón, subida de tono de los tiples del Aleluya de Haendel, las profanas Yo nací en una ribera, la nana vasca Aurtxoa Seaskan, (con cuya adaptación personal muchos años más tarde dormiría yo a mis niñas). 

Teníamos el privilegio de las salidas para cantar en las procesiones de Valladolid con el paso de la Vera Cruz, nos llevaban en autobús y no veíamos otra cosa que la procesión y mucho frío; otras veces íbamos a la emisora a cantar en la radio o a la procesión del domingo de Ramos. En Navidad era muy emotivo (lo siento así ahora que he visto varias) ir a las residencias de ancianos a cantarles, les encantaba, algunos lloraban y no entendíamos por qué, también se reían con el villancico “que me pinchas con las barbas”.

Paralelo al arte de la voz corría la actividad de la rondalla con el moreno y serio P. Regino; la formaban los instrumentos de bandurria, laúd y guitarra; cuando participaban en las veladas siempre comenzaban con la Danza Húngara Número 5 de Brahms. Era duro el ensayo y de difícil ejecución; yo me apunté a bandurria, con el trino de la púa, lo prefería a la guitarra porque ésta hacía mucho daño a nuestros pobres dedos con aquel frío que alimentaba a los dolorosos sabañones (no era mi caso) y heridas varias, estas sí las padecí. Pronto abandoné este arte, una pena. Los más afortunados iban a practicar con el piano en un anexo junto a la piscina.

CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
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*** Título original del texto: BREVE Y SUCINTA HISTORIA DE LO QUE PUDO HABER SIDO Y NO FUE, DE LO QUE FUE Y PUDO NO HABER SIDO Y OTROS SUCESOS QUE ACONTECIERON A LOS ASPIRANTES A DOMINICOS DE ARCAS REALES 1963
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