+2
#1
Breve crónica de un curso (1953-1968), por Juan José Luengo García
publicado el 02/12/2015 a las 07:08
Celebramos este mes de agosto el 50º aniversario del comienzo de un nuevo capítulo en el peregrinar de nuestro curso. Terminado el noviciado en Ocaña, nos trasladamos al Convento de Santo Tomás de Ávila donde nos esperaba una nueva e inusitada odisea. Éramos 55 en el curso cuando tomamos el hábito el 5 de agosto de 1958. Como no hubo muchos que se salieron en el noviciado, el número de los que hicieron la profesión era grande, creo que el más grande en la historia de la provincial hasta esa fecha. Por razones que mencionaremos más adelante, nuestros superiores decidieron que a nuestro curso le convenía un ambiente estudiantil diferente, sin que los estudiantes anteriores a nosotros pudieran “contaminarnos” por su falta de observancia o con sus ideas “peligrosas.”
Sin duda alguna fue un experimento costoso para la Provincia porque este cambio provocó otros cambios de personal que no fueron nada baratos. Creo que entenderemos todo mejor si lo ponemos en perspectiva y examinamos la historia del curso desde su principio.
Después de tantos años falla la memoria para recordar todos los detalles que serían necesarios para una historia completa. Será como una vista de pájaro donde algunos detalles resaltan, aunque no sean los más importantes y otros se esfuman en la lejanía de un pasado nebuloso. Será difícil hacerlo con la objetividad de un filósofo o la precisión de un cirujano.
Se trata más bien de un ejemplo de aquello que dice el refrán popular, “cada uno cuenta la feria como le va en ella” aceptando que nuestra memoria es, en muchos casos, más “reconstructiva” que “reproductiva”, como dicen algunos psicólogos de hoy. No siempre recordamos las cosas como fueron, sino que las recreamos inconscientemente a nuestro modo.
LA MEJORADA: 1953-1954
Todo comienza en La Mejorada. Recuerdo cómo un autobús repleto de aspirantes de Ávila capital y pueblos de los alrededores llegó a La Mejorada a finales de septiembre de 1953. Era la época de la vendimia. Procedentes de otras muchas regiones de España llegaron otros muchos más. Unos 150 en total. Todos jóvenes de entre 10-13 años. Allí nos encontramos con los “mayores”, los de segundo. Colectivamente éramos un grupo con mucho talento, mucho entusiasmo, no poco miedo y quizá bastante hambre en más de un caso. Lo de la “vocación” … surgió después.
Cada grupo que llegaba era recibido por el Rector con una sonrisa acogedora. Era el P. Andrés Villarroel de quien nadie puede olvidar la blancura inmaculada de su hábito limpio y planchado de manera impecable. Para quienes veníamos de pueblos pequeños, la grandeza y majestuosidad del Colegio fueron impactantes: los campos de deportes (fútbol, frontón..), la piscina (que para muchos parecía una piscina olímpica), los dormitorios, la galería, los salones, el refectorio, la huerta, los viñedos, los pinares, las acequias que venían desde el río Adaja…todo parecía, diríamos hoy, como una película de Hollywood… aunque muchos de nosotros nunca había visto una película y menos de Hollywood.
No hay que olvidar que muchos de nosotros nunca habíamos visto un baño (estábamos acostumbrados al campo abierto, sin papel higiénico, sin asientos, sin cadenas para el agua y sin puertas), la palabra ducha no era parte de nuestro vocabulario y nunca habíamos visto un cepillo de dientes. Estábamos acostumbrados a oír los apellidos más comunes en el pueblo como García, López, Sánchez, Jiménez… Sin embargo, de repente comenzamos a escuchar el sonido de apellidos más sonoros y rimbombantes como… Balerdi, Carricajo, Garciarena, Llordén, Mallavibarrena, Moliné, Mories, Ribote, Villarejo y muchos otros más. Me encontré que había otro Luengo, Antonio Luengo, de Asturias.
Enseguida comenzamos una vida “regimentada” que sería la rutina durante todos los años de formación. Aprendimos a ir en fila de un lugar a otro y a hacerlo en silencio. Oración y misa por la mañana, oración antes y después de las comidas, oración por la noche antes de ir a la cama, confesiones cada semana y otras devociones como el rosario se convertirían en un ingrediente esencial de nuestra formación. El Manual del Colegial del P. Ricardo Casado sería nuestra guía. Allí estaba todo lo que deberíamos aprender para nuestra vida espiritual. No se escapaba detalle a esta regimentación como lo demuestra el hecho que toda correspondencia que era recibida o enviada por los colegiales era abierta y leída por el P. Rector. Sin olvidar tampoco que nos enseñaron a firmar las cartas añadiendo después de nuestro nombre las iniciales A.O.P (Aspirante a la Orden de Predicadores).
Dividieron al curso de tres secciones (A-B-C) cada una de unos 50 estudiantes y nos ordenaron por orden alfabético dentro de cada sección. No tardaron en empezar las clases: Latín (P. Abelardo Panizo), Religión (P. Rector), Matemáticas (P. Regino Borregón), Lengua y Literatura (P. Juan González), Ciencias (P. Amador de Celis), Geografía (P. José María Reyero, quien era el Vice Rector). El Francisco Zurdo era el prefecto de disciplina y había otros Padres que tenían otras funciones con menos trato diario con los estudiantes: P. Francisco Sádaba (Síndico), P. Silva (confesor), P. Fabián Herrero, P. Benjamín Vara y el inolvidable P. Eugenio González quien a pesar de sus limitaciones físicas era el párroco de Calabazas, pueblo cercano al Colegio y adonde caminaba regularmente con tanto entusiasmo y dedicación como dificultad física.
3
Residía también allí Monseñor Teodoro Labrador, con su luenga barba blanca, Arzobispo misionero expulsado de China por los comunistas. El más joven de los Padres era el P. Juan González quien acababa de llegar de Alemania, donde había terminado su doctorado en Filosofía. En aquel entonces estaba preparando la publicación de su tesis doctoral. Varios estudiantes, y yo fui uno, iban a su celda para dictarle del manuscrito mientras él escribía a maquinilla. Luego publicaría esa tesis titulada “El idealismo tomista” Algún tiempo después, alguien me contó la historia (que yo acepto como verídica) según la cual los gendarmes de la ortodoxia tomista le obligaron a cambiar el título de la tesis a “La Función gnoseológica de la Idea según Santo Tomás”, porque eso de idealismo tomista sonaba demasiado kantiano.
Pronto nos acostumbramos a la rutina mensual de recibir las notas de conducta y de cada asignatura. Recibíamos una nota en cada asignatura y un gran número de notas en conducta. Creo que todos los padres nos daban una. Para mí fue siempre un misterio cómo muchos de los padres podían darnos esa nota cuando no teníamos ningún contacto personal con ellos. Como mucho, nos veían caminar en fila de un lugar a otro y nos veían desde atrás en la capilla.
Los deportes (fútbol, frontón, natación durante el buen tiempo) fueron, desde el principio, un parte importante en el horario de cada día. Una vez por semana, los jueves por la tarde, teníamos el paseo largo por los extensos pinares que rodeaban el Colegio, acercándonos también hasta el río Adaja y, de vez en cuando, hasta Olmedo y Calabazas que eran los dos pueblos más cercanos.
Durante uno de esos paseos tuvo lugar lo que, a falta de mejor nombre, podemos llamar “la protesta o huelga del pan”. Aquel día estaba al frente de nosotros en el paseo el Gumersindo Hernández Papis. Recién ordenado sacerdote, creo que estaba de visita para despedirse antes de irse como misionero a las islas Batanes y Babuyanes, donde pasaría toda su vida. Algo había pasado con la comida en aquellos días, porque varios de los colegiales como protesta gritaron durante el paseo algo así como “queremos más pan…queremos más pan…”, mientras correteaban por los pinares.
Al regreso del paseo, el P. Rector nos estaba esperando y nos puso a todos en fila a la entrada del Colegio. Allí fue llamando por nombre a varios de los colegiales que consideraba como “cabecillas” de la protesta…y los expulsó del colegio en el acto mandándolos a casa al día siguiente. ¡No cabe duda que todos los demás aprendimos la lección! Al terminar el curso, muchos de nosotros, antes de ir de vacaciones a casa para el verano, fuimos a un Campamento de Falange en San Rafael (Segovia). Es una pena que nadie haya conservado fotografías o vídeos con nuestra camisa azul de falangistas y cantando a pleno pulmón el “Cara al Sol…”.
Yo recuerdo que la comida en el Campamento era muy buena y aprendimos todas las virtudes y milagros de los próceres de la Falange como José Antonio Primo de Rivera, Manuel Hedilla, Onésimo Redondo y otros más…El régimen diario y la organización tenían un sabor muy “militar”. Comenzábamos cada día con una consigna con la que trataban de inculcar en nosotros el espíritu del Movimiento Nacional. Todavía recuerdo una que no tiene desperdicio, “Más vale morir con honra que vivir con vilipendio.”
¡Cuántas largas caminatas nos dimos por los pinares del área de San Rafael y cuántas veces tuvimos que subir al Alto de los Leones en la sierra de Guadarrama! Uno de los líderes (mandos) era Fernando Chamorro quien en septiembre de aquel mismo año entraría como estudiante de 5º en Arcas Reales. Conviene recordar que en aquel entonces los Falangistas estaban en su apogeo de influencia en el Gobierno de Franco. La historia nos dice que los” tecnócratas” del Opus Dei no llegarían hasta uno años después con Gregorio López Bravo, Alberto Ullastres, Mariano Rubio y otros más.
Naturalmente nosotros vivíamos en un mundo cerrado y aislado sin conocimiento de lo que sucedía más allá de la cerca del Colegio. Sin embargo, quiero hacer mención de un evento de gran importancia y transcendencia que tuvo lugar ese año dentro de la Orden y que condicionaría el ambiente y el tono de nuestra formación en el futuro. Era entonces Provincial el P. Silvestre Sancho, elegido por primera vez en mayo de 1951 y luego reelegido en diciembre de 1955.
En febrero de 1954 tuvo lugar la “masacre” de los dominicos en Francia cuando el General de la Orden, P. Manuel Suárez, “decapitó” y depuso a los tres Provinciales de Francia en París, Lyon y Marsella. Teólogos como Chenu, Congar y Féret fueron “removidos” de la enseñanza y “exilados” lejos de su área de influencia. Por orden del General, ningún dominico francés podía publicar nada sin la aprobación previa de Roma y tampoco podía viajar fuera de Francia sin permiso o vestir de seglar. Algo sin precedente en la larga historia de la orden de Predicadores. De un brochazo se cargó el sistema constitucional de la Orden que, a través de la historia, le había protegido de la manipulación y amenazas de la Jerarquía y servido de estímulo a su tradición de investigación intelectual.
¿Qué había pasado? El P. Suárez, atemorizado por la presión de la Congregación del Santo Oficio (así se llamaba antes de cambiar el nombre a Congregación de la Doctrina de la Fe) y cuyo Prefecto era el cardenal Pizzardo, pensó que esa era la única manera de salvar la Orden en Francia. Corría peligro de que todos los Noviciados y Estudiantados fueran cerrados por el Vaticano. ¿Por qué? Según el P. Congar, una de las víctimas de más renombre, Roma se sentía amenazada por las nuevas ideas de los dominicos y otros pensadores franceses de la época.
Las nuevas ideas en teología, pastoral, catequética, ecumenismo, arte religioso, liturgia…eran un reto demasiado grande para un Papa y una curia no repuestos todavía del trauma de la Segunda Guerra Mundial y de la amenaza del comunismo. Además, el problema de los sacerdotes obreros recientemente condenados por Roma había exacerbado la situación y agotado la paciencia del Santo Oficio. En todo ello, Roma veía la influencia de los dominicos franceses y no estaba dispuesta a tolerarlo…
Como siempre, la cuerda se rompió por lo más débil. Quizá nunca se llegó a saber con certeza si el P. Suárez estaba convencido de esos peligros o, como buen hijo de obediencia, fue sólo una marioneta en este lamentable episodio. Sin duda, uno de los comentarios más valientes fue el del P. Albert Avril, provincial de la provincial de París, cuando dijo, “Estoy dispuesto a dejar mi puesto por un bien mayor…pero protesto contra las calumnias contras mis hermanos…” ¡Muy bien dicho!
El P. Suárez murió a finales de junio de 1954 en un accidente de automóvil cuando viajaba de Italia a España. El accidente sucedió en Perpiñán, Francia. ¡Qué ironía!
El tema se ha cerrado.