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#1 CAPEANDO EL TEMPORAL DE UNA "EPIDEMIA" EN LA MEJORADA, OTOÑO 1953, por Faustino Martínez publicado el 14/04/2020 a las 16:04
Nunca en mi vida había pasado tanto frio. Las fuertes heladas de la meseta se superponían unas sobre otras. Llevábamos dos meses de estancia en La Mejorada en aquel frio otoño de 1953. No apeábamos el pasamontañas, excepto para las clases, capilla y salón de estudios. Todos nos atiborrábamos de ropa que nos enfundábamos una encima de otra para conservar el calor de nuestros cuerpos.

Estos días en que las repetidas heladas averiaban la calefacción casi todos nos enfundábamos nuestros pantalones encima del pijama, nos superponíamos dos o tres jerseys encima, más el abrigo o gabardina. El frio en los pies era un tormento por lo que nos poníamos tres o cuatro pares de calcetines hasta donde el calzado podía aceptar. Nunca había tenido la experiencia de lo que en Asturias llamamos “xeladures” y en Catilla llaman sabañones. Nuestras manos se agrietaban por los nudillos y los dedos se nos ponían como morcillas.

Recuerdo que, por aquellos días de finales de noviembre, de nieblas persistentes, días grises y de heladas, alguno de mis compañeros se quedaban en la cama sin levantarse al toque del timbre. No bajaban ni a misa ni acudían a las clases. Decían que estaban enfermos. Después de la misa subía el padre Juan o el Padre Panizo del que decían que sabía de medicina, les tomaba el pulso y la temperatura interesándose por tu estado.

Ignoro si por pereza, contagio real o por la tentación de seguir regustando el calor de la cama, en cada frio amanecer la tentación de quedarse en la cama una muy fuerte. El hecho es que durante aquellos días se disparó el número de mis compañeros que se quedaban en la cama sin levantarse a lavarse y bajar para la misa y las clases.

En una de aquellas heladas y oscuras mañanas de noviembre, el número de adolescentes que se quedaron en la cama creció de forma alarmante. Decían que tenían gripe. Las clases comenzaron a notarse semi vacías. La tentación de imitar a nuestros amigos se iba metiendo en nuestras conversaciones y la mayoría nos íbamos inclinando a dejarnos sucumbir y caer en la tentación de quedarnos también en la cama en las siguientes madrugadas.

En los siguientes días de aquellas frías madrugadas el número de alumnos que no se levantaban aumentó de forma más que alarmante. Los pocos que quedábamos en pie, porque realmente estábamos sanos, nos preguntábamos si no estaríamos haciendo el “tonto” levantados, mientras los demás se tomaban unas “vacaciones” en los dormitorios.

Aquellos días de fortísimas heladas no funcionaban las tuberías que abastecen los lavabos. ¡No había agua para lavarse la cara! La orden del padre Juan, responsable de la disciplina en el dormitorio, era que bajáramos al estanque del medio de jardín, rompiéramos la capa de hielo cuatro dedos de espesor con una piedra y echáramos agua por la cara. Se puede uno imaginar el frio insufrible bajando las desgastadas escaleras atravesando la helada galería y salir a la intemperie.

El padre Panizo, supuestamente entendido en cuestiones de salud y enfermedad, no daba abasto a tomar la temperatura y obligar a levantarse a algunos aprovechados que no querían ir a clase y se quedaban en la cama. El Salón de Estudios estaba semi desierto y las clases tuvieron que interrumpirse por lo que los pocos que quedábamos en pie quedamos recluidos a estudiar en el Salón.

Un grupo de los alumnos mayores de Segundo de Bachillerato colaboraban con el padre Panizo para subir hasta los dormitorios un poco de sopa caliente en tazones. No había más de comida. Ese era el precio que pagaban los verdaderos y también los falsos “enfermos”. En unas grandes bandejas de gruesa madera, con cintas que las unían al cuello de los alumnos “enfermeros” subían hasta los dormitorios en repetidos viajes los tazones de caldo caliente.

A partir del tercer día de aquella “epidemia” que decían era de gripe, ocho alumnos mayores, con unas grandes latas y una escoba recortada en su mango por la mitad, a modo de hisopo, pasaban impregnando cada noche por todo el dormitorio echando por el pasillo entre cama y cama de las casi trescientas que llenaban los dormitorios, un abundante líquido lechoso al que llamaban “zotal” que desprendía un fuerte olor. Decían que era para desinfectar y evitar el contagio de cama a cama, pues tan solo nos separaba una cuarta y media de distancia entre ellas. El olor impregnaba todo, la ropa de vestir, los cobertores, la atmósfera. A mi me evocaba aquel fortísimo olor del “zotal” el olor familiar de la pintura que mi padre daba al “carel y los banzos” de sus barcos “La Llámpara” o “Los Mariñanes”.

Un garbanzo para una “gripe”

No resultaba fácil simular estar enfermo para quedarse aquellos días u otros, en la cama y así escaquearse de ir a misa, a las clases, etc. Algunos comentaban que para dar “positivo” en el termómetro que te ponía el padre Panizo era bueno poner un garbanzo duro bajo la axila un poco antes de que te llegara el turno de la toma de temperatura… apretar… y esperar a ver el resultado. Decían que así subiría la temperatura corporal dando más de 37 º grados.

También decían que moviendo un poco aceleradamente el dedo mayor de la mano cuando te tomaba el pulso el Padre Panizo podría reafirmarse de la necesidad de cama del “aprendiz de enfermo” y te dejaba quedar en la cama. Aquellos días yo veía en el Salón de Estudios como todos practicábamos aquello de mover un poco aceleradamente el dedo mayor de las manos para dar el “pego” al Padre Panizo. El Padre Félix Salvador que vigilaba los estudios llegó a intrigarse viendo a tantos adolescentes moviendo “provocativamente” aquel dedo como si por una conjura de chavales todos estuvieran ensayando hacer la “peineta”. No era capaz de explicárselo viendo tanto movimiento de mano y de dedo por donde quiera que mirara.

La búsqueda de garbanzos también se disparó aquellos días. Algunos aprovechaban en la comida del mediodía para seleccionar alguno de los que, de vez en cuando, habían resistido el ser cocidos, que era lo más frecuente. Hubo algunos de los más astutos que le pidieron a Fray Germánico, (“Bonisía bonis”), el hermano lego encargado de la provisión de las viandas de comer, que les diera un puñado de duros garbanzos. Tanto insistieron que lo lograron sin que Fray Germánico supiese su destino. Quizás pensó que serían para ensayar alguna pequeña plantación como la que habían hecho otros años con cacahuetes crudos al lado de la acequia.

Aquellos garbanzos se cotizaron muy alto aquellos días y durante el curso. No sé si daban resultado, pero el caso es, que yo también sucumbí ingenuamente a la tentación de quedarme unos días de “vacaciones” en la cama sin tener fiebre ni nada. ¿Quién podía resistir las ganas de no levantarme y quedar calentín en la cama como la mayoría?. Logré hacerme con un garbanzo semi crudo que pude seleccionar en una de mis comidas. Lo guardé en mi bolsillo dispuesto a ser utilizado en aquellos días de falsa “gripe” general del Colegio.

En el despertar de la mañana siguiente en nuestro dormitorio de ciento cincuenta camas apenas nadie se levantó a pesar de las enormes dosis de “zotal” que habían echado en el suelo del dormitorio la noche anterior. Decidí quedarme también como casi todos los alumnos de primero en la cama, disfrutar del calor albergado en ella durante la noche y no tener que madrugar para ir a la misa diaria, ni al salón de estudio ni a las clases. Aquella mañana en que había decidido simular y fingir como uno de tantos “enfermos de gripe”, apenas una docena de los ciento cincuenta críos de primero bajaron a misa.

El resto nos quedamos muy silenciosos acurrucados y “enfermos” en nuestras camas. El padre Juan, nuestro vigilante de dormitorio estaba sobrepasado dejando en el dormitorio a tantos “enfermos”. El silencio, por la cuenta que nos tenía, inundaba el dormitorio y, abajo en la capilla, apenas debería de haber alumnos. Una vez que se cerró la puerta tras los escasos alumnos que no habían “caído enfermos” hubo unos minutos de contenido silencio.

Cuando sospechamos que había comenzado la misa y nuestros profesores estarían diciendo sus misas, comenzaron a emerger de casi todas las camas alumnos con ganas de juerga. Pronto una batalla campal a golpes de almohadas se desató en el dormitorio. Danzando por encima de las camas, todos recibían almohadazos. Y los que no participaban eran atacados por los más agresivos en medio de risas incontenibles.

Cuando calculamos que la misa se habría terminado todos nos volvimos a meter rápidamente en la cama muy “enfermos y formalitos”. Nos acurrucamos como si la “fiebre” nos tuviera “tumbados” y con cara de “pena”.

Finalizado el desayuno de los pocos que seguían en pie y la vida ordinaria del Colegio, el padre Panizo y un hermano lego dominico subieron hasta el dormitorio para ponernos el termómetro. En el dormitorio se “respiraba” el silencio de todos los “falsos griposos”. De vez en cuando oíamos al padre Panizo decir:

- ¡Levántate y baja para el salón de estudios….!. Al oir aquella sentencia pensé ¿Quién sería el “listu” o el inventor del truco del garbanzo … que a mis amigos les estaría fallando aquella la estrategia de aquella legumbre’? ¿Les estaría fallando la maniobra de mover aceleradamente el dedo cuando les tomaba el pulso? ¿Lo moverían demasiado de prisa y se daría cuenta del truco?

Según se iba aproximando el padre Panizo por las camas de los “enfermos” próximos a mí, saqué mi garbanzo “semi crudo-semi cocido” y lo puse bajo mi axila según decían los “cánones” de los “sabios” por si acaso funcionaba. Apreté con fuerza el garbanzo según decían que había que hacer para que me “subiera la fiebre” artificialmente “provocada” y noté que el garbanzo se “espachurraba”. Todos mis vecinos estaban calladitos y esperaban también la inspección del padre Panizo.

Yo también estaba acurrucado y calladito, pero no notaba nada especial en la subida de mi temperatura, solo notaba una sustancia mojada y “espachurrada” en mi axila. Con un poco de disimulo antes de que me inspeccionara y me pusiera bajo la axila su termómetro procuré retirar los restos del garbanzo “espachurrado” ante de que lo viera y lo lancé al fondo del interior de las sábanas. Y por última vez practiqué lo de mover el dedo mayor de las dos manos con un poco de aceleración para dar el pego de “cien pulsaciones”.

El padre Panizo llegó a mi cama. Debería venir ya cansado de tomar la temperatura a decenas de adolescentes. Cada toma llevaba casi cinco minutos. Posiblemente estaría a punto de perder la paciencia. Me preguntó qué me pasaba y tan solo pude decirle que tenía frío. No me salía otra razón. Me puso el termómetro mientras repartía otros bajo las axilas de más “griposos” de las siguientes camas.

Me tomó el pulso de la muñeca de mi brazo izquierdo mientras miraba fijamente mi mano. No me atreví a hacer “la peineta” pues no sabía qué hubiera pensado al ver oscilar aquel dedo de forma tan irrespetuosa. Cuando revisó mi temperatura tampoco sé lo que vería, pero el hecho es que no me ordenó levantarme. ¿Sería el efecto milagroso del “garbanzo”? Todavía no lo sé. Quizás fuese la “cara de garbanzo” que tendría yo en aquellas horas de la mañana.

El padre Panizo marchó y unos cuantos alumnos mayores nos subieron a los confinados “supervivientes” unas tazas de leche caliente. El silencio estratégico duró mientras nos repartían el desayuno. Cuando sospechamos que era la hora de la primera clase, volvimos a emerger de las camas de los “griposos” un ejército de adolescentes, almohadón en mano, dispuestos a continuar la batalla inacabada.

Sin contar con ello se abrió de repente la puerta que comunica el dormitorio con las escaleras que descienden hacia la capilla y las “celdas” (habitaciones) de los profesores. Ante nosotros apareció la figura del padre Rector, el padre Andrés Villarroel. ¡Todos quedamos de pie, petrificados, con la almohada en nuestras manos, como estatuas encima de nuestras camas! Nadie intentó meterse dentro de su cama. Era evidente lo que estábamos haciendo: jugar y “pirar” de nuestras clases bajo el pretexto de una “gripe” inexistente.

El padre Rector, con gesto muy serio, simplemente se limitó a decir:
- ¡Vístanse todos inmediatamente y bajen para el Salón de Estudios….!.

En absoluto silencio y con cara de pillados “in fraganti” fuimos vistiéndonos y bajando al salón. Después del recreo tuvimos las clases correspondientes y aquella tarde nos quedamos todos sin merienda, incluidos los sanos.
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