Es sábado y el lunes empieza lavisita canónica. Desde ayer ya tenemos en el convento al Provincial, planificándola con el prior y el Maestro de Estudiantes, se supone. Nuestro mandamás es hombre de porte y andares majestuosos, que me recuerdan los de un gallo o pavo real. Con su hábito siempre impoluto (¡ay cuando vea el mío!) y con vuelo, de tanto almidón como le gusta que le pongan, parece embutido en una campana. (De mí sí, pero del trabajo que el jefe da a las planchadoras, de eso no se quejan, no; ni las macarias ni las monjas. Se merecen que su ropa interior continúe en consigna).
La visita no pudo tener peor comienzo porque, rezadas las horas y prestos a iniciar la misa cantada, oh sorpresa, han desaparecido los graduales. Tras el desconcierto inicial y las pesquisas de urgencia sin resultado, se reza también la misa. Acabado el oficio el Maestro reúne a los estudiantes, los principales sospechosos, a ver quién, si no. Primero conciliador, nada consigue; amenazador después, tampoco. El Prior y el Provincial, aunque este procura disimularlo, están que trinan.
Martes, miércoles, jueves, viernes, y sin noticias de los graduales. Calma tensa. Desde ayer que no veo la gata preñada.
El sábado, partido de fútbol contra la Resi en nuestro campo. Como si hubiera un acuerdo tácito para hacer patente su protesta por la sustracción de los graduales, los sacerdotes y legos no acuden a presenciarlo. Soy la única excepción. No es que me guste ni entienda mucho, pero me acerco por pasar el rato y, a ser posible, ver ganar a los nuestros. Y también por salirme del rebaño. En la media parte - vamos perdiendo 2 a 1 - uno de los jugadores se reúne con el estudiante más próximo a mí, lo suficientemente cerca para poder escuchar y lo suficientemente lejos para que piensen que no escucho. Los observo recelosos y precavidos. Me acerco un poco más. Entiendo que el que juega se llama Vicente y el espectador Merry. Dice este que de momento las cosas marchan según lo previsto y que sobre todo calma y discreción. Vicente asiente; él quiere cantar misa el año que viene y un suspenso in moribus lo echaría todo a perder, y que hay esperar, por lo menos, a que acabe la visita canónica y después ya se verá. Estoy convencido de que esta pareja habla de los graduales. Si diera con ellos podría utilizarlos para mis propósitos.
Amable le pasa a otro el Celtas al que ha estado dando caladas en el medio tiempo. ¿Así queremos ganar? Deja de interesarme. Empieza la segunda parte y me largo.
El lunes, a la vuelta del Hospital, Peñita y Amable me hacen la visita de cortesía acostumbrada.
Dicen que el partido lo acabamos ganando 4 a 2, que Teodorito puso a Amable en la delantera en la segunda parte y metió dos goles. Está que no cabe en las costuras. Para bajarle los humos y subírselos él, puntualiza Peñita que se los sirvió en bandeja para que solo tuviera que empujar el balón. Confirmado: estos dos no tienen remedio.
Yo ya sabía el resultado porque he visto la crónica en el Diario de Ávila. Destaca el periodista que la condición física de los dominicos decantó el partido a su favor en el segundo tiempo, viniendo a insinuar que la dedicación exclusiva a los oficios divinos, a diferencia de los humanos, no provoca fatiga muscular. Teodorito alineó a Peñamil, Amable, Reyero, Teodoro “Grifa”, Víctor, Peñita, Albarrán, Arribas, Román, Gañán y Pastrana. Goles de Román, un zurdazo por la escuadra, y Arribas, de penalti sutilmente ejecutado, además de los dos de Amable. Y no quiero tomar partido, pero el cronista, que resalta el buen partido de Peñita repartiendo juego, no menciona las supuestas dejadas en bandeja en los goles de Amable. Sí un rosca de este con el empeine exterior, en el primero, imposible para el portero. El otro, resolviendo un barullo dentro del área. A cada cual lo suyo.
Necesito que me hagan un favor, porque cada día estoy más torpe y ya no puedo desplazarme andando cuesta arriba. Les doy dinero para cinco cajas de Yemas de Santa Teresa, lo que más perjudica mi salud y lo que más agradece mi diabetes. Y es que las enfermedades también hay que alimentarlas y mimarlas, porque si no, se encabritan y acaban por hacerte la vida imposible. Con las vueltas, que se tomen un cubalibre, pero de ron o coñac, y no con las gotas de alcohol de enfermería que ellos dicen utilizar. Inconscientes, eso es lo que son; si dicen la verdad, que esa es otra.
Peñita se excusa porque se ha resentido de la lesión y tampoco le convienen las cuestas. Le digo a Amable que hable con Martín, con el que también congeniamos.
…….
Sin noticias de los graduales. He mirado en las celdas vacías, en las de algunos sospechosos, en el lugar donde escondí las bragas y los sostenes, en la vaquería y hasta en el cementerio. Nada de nada, ni rastro. Esto va a acarrear consecuencias, me temo.
Sigo sin ver la gata que debería haber parido ya. A ver si esos estudiantes… No lo quiero ni imaginar.
……
En la sala de comunidad forman un corrillo el Maestro de Estudiantes, Puskas, Luisín y Muelas, al que es muy difícil entender porque habla con los dientes apretados, de ahí el apodo. Les ha llegado la información de que está prácticamente decidido conceder permiso a los estudiantes paraque disfruten las vacaciones de verano donde ellos elijan. Y se exclaman diciendo que a ver dónde vamos a llegar, que los cursos ya acaban diezmados al finalizar filosofía y solo falta que ahora les demos cuerda y que nos estamos desnortando y que a ver lo que va a pasar, pero que cosa buena, no.
Pues que vamos a quedar cuatro gatos, eso es lo que va a pasar, aseguro yo para mis adentros, porque cualquiera se atreve a interactuar hoy con el cabreo que lleva el cuarteto. Tantos años dentro de la burbuja, cuando les den suelta, cuatrogatos, sí. Pero si tiene que pasar, menos traumático si pasa pronto. Y poco consistente será su vocación, si depende de dónde y con quién pasen las vacaciones.
Y el Maestro se queja de que tiene a todo el mundo en contra, admite que la situación entre los estudiantes y él es insostenible, que no sabe qué hacer para revertirla, y que ya no puede más. Diría que le está pasando por la cabeza presentar la dimisión.
..……
El martes me vienen Martín y Amable con las yemas. Les doy una para que la compartan con Peñita. Y me cuentan - bueno, lo cuenta Martín que tiene más chispa -, lo que ayer les pasó.
“Embozados en la capa negra, apenas enfilamos la calle en dirección a la pastelería, nos encontramos con tres muchachos descargando una camioneta y, al tiempo que metían los sacos en un almacén de piensos, el que llevaba la voz cantante empezó a conjugar, a voz en grito para llamar nuestra atención, el presente de indicativo del verbo meter.
- Yo meto - a doce metros y los tres un jajajá
- Tú metes - a nueve y dos jajajás
- Él mete - tres jajajás y a seis. Y después a coro:
- Nosotros metemos- a cuatro y cuatro
- Vosotros no metéis - a su altura, subrayando el no y muchos jajajás. Y
- Ellos no meten – acompañado de incontables jajajás que continuaban resonando, con nosotros ya a la puerta de
la pastelería”.
En eso que, tocado en la moral, porque no es incompatible ser virgen y que no se note en la cara, vuelvo sobre mis pasos e
intentando no perder la compostura pero resuelto a ponerlos en su sitio, me encaro y les suelto:
- A ver, chavales, podríamos estar de acuerdo con vosotros. Ahora bien, tendríais que precisar de qué coño estamos hablando.
Se quedaron sin habla.
Y el propietario del local, que había presenciado la escena, les aconsejó y no pudo hacerlo mejor:
- Nunca provoquéis a alguien que sepa latín –lacónico “.
Bravo por los dos.
…….
Es viernes, doce días ya, si no cuento mal, con la visita canónica a punto de acabar y sin noticias de los graduales. Me acerco a la oficina en la que ya me esperan los niños. Hoy quieren hacer una carrera de sacos. Apenas les doy la señal de salida, un chaparrón de mil demonios nos obliga a refugiarnos en el Claustro de Reyes. La gata que estaba preñada pasa corriendo a nuestro lado y entra en lo que fue una cátedra. Les digo que la sigan con sigilo y yo, a trancas y barrancas, detrás. Vuelven enseguida.
- Hermano, hermano, cinco gatitos y muchos, muchos libros – gritando.
- Chiiiiist, bajad la voz - les ordeno y me hacen caso -. Y allí, en el hueco de la escalera por la que el profesor accedía a la cátedra,están los secuestrados, cubiertos de polvo y acompañados de los miaus lastimeros de la camada. ¡Aleluya, aleluya, aleluya!, agua bendita para mis planes. Escondo un gradual bajo la túnica y saco a los niños del claustro. Ya no llueve. Les prometo un regalo, y ellos a mí que guardarán el secreto.
……..
Eutiquio me ha proporcionado, a buen precio, un magnetofón Grundig de segunda mano. Dice que es un dictáfono, no porque lo sepa, sino porque lo dice don Zósimo. El párkinson está pudiendo conmigo y ha conseguido que mis dedos tamborileen a su aire sobre el papel, haciendo mi letra casi ilegible. Espero saber manejarme con el comoquiera que se diga.
……..
Sé que los sábados Diosdado hace mantenimiento en el cementerio y allá que voy, aunque caminar me causa un dolor insoportable por las llagas en los pies provocadas por las enfermedades que se han obstinado, contra mi voluntad, en hacerme compañía hasta el final. Presiento que esta será la penúltima visita. La última, a hombros, como los toreros. Mis cuatro jinetes - la edad, el párkinson,la diabetes y las cataratas -, cabalgan desenfrenados. He decidido no tomar más medicamentos que los estrictamente necesarios para aliviar este dolor inútil, pues así lo considero cuando a nadie beneficia. Es poco cristiano, ya lo sé, pero creo tener el cupo cubierto.
De entre las piedras que se amontonan en una esquina elegimos una de de forma piramidal y con la superficie casi lisa en una de las caras, donde irá la placa con mi epitafio.
Le digo que alguien labrará una cruz en el monolito, y él me explica cómo colocará los cantos rodados en el túmulo para que la tierra se aguante. Le entrego la grana de la margarita silvestre que debe sembrar entre ellos, y una nota con el epitafio. Que en un taller se lo graben en una placa de acero inoxidable: “En paz con Dios y consigo mismo, aquí descansa, como decidió, el hermano – mi nombre y apellidos - que falleció, siendo aún joven, a una edad avanzada”. Ahí van el resto de mis ahorros, con propina para el grabador a cambio de despacharlo en dos días. Y lo que sobre para la hucha de Sonsolitas. Y que no se preocupe, que lo dejaré todo arreglado para no comprometerlo.
Me ve físicamente tan apurado que me ofrece su vehículo particular para el regreso. Acepto. Me levanta en brazos sin esfuerzo y me sienta en el carretillo. Como el trasto no lleva radio le pido que me amenice el trayecto con una canción a modo de despedida, italiana, si puede ser, porque no sabéis cuánto añoro mis años de juventud en Via Condotti. Que en el repertorio tienen Arrivederci Roma y que si me va bien.¿Qué si me va bien? ¡Por el amor de Dios! ¡Cuántas veces habré escuchado,sin cansarme, la versión de Claudio Villa!
- ¡Taxi, veloce, al padiglione degli studenti! ¡Música, maestro! Y entona Diosdado
Arrivederci, Roma, ha llegado el momento de separarnos
Arrivederci, Roma, llevo la nostalgia de tu cielo
Arrivederci, Roma, puede que algún día vuelva a verte
volver a enamorarmede tus fuentes
cumplir el juramento y vivirsiempre junto a ti. Arrivederci,Roma
-
¡Bravo,ragazzo! Y ahora una más alegre e a tutta velocità (La verdad, pedí el cambio porque se me nublaron los ojos).Y cambia de marcha.
Hala, halaA loloco, a lo loco,Hay que ver cómo corre este carro
A lo loco, a lo loco,
Y qué bien se lo pasa el hermano
¡Qué espectáculo! ¡Tendríais que habernos visto!Berlanga le hubiera sacado partido. Él, moviendo rítmicamente los brazos del carretillo en el que se balancea mi cuerpo al compás, y yo, haciendo la percusión a bastonazos con la izquierda en el papamóvil, y bendiciendo con la derecha a cuantos, a nuestro paso, nos jalean.
A lo loco, a lo loco
Nadie canta como lo hago yo
A lo loco a lo loco a lo loco
Ay qué locos estamos los dos
Y ya desmelenado, mete la directa en el último tramo
Ya viene el negro zumbón Con la pelota en los pies La chuta Zarra y la para Ramallets Tengo ganas de bailar el nuevo compás…Me voy a bailar… el baion Además de cantar bien, sabe improvisar y con gracia, el jodido.
-
Gracias por regalarme este momento. Y si puede ser, que las primeras paladas no sean violentas - yo siempre mendigando
-. No soporto los ruidos atronadores. No hace falta decir que te estaré eternamente agradecido. Arrivederci, amigo.
Los dos sonreímos con desgana. Se despidió con una reverencia, que le devolví, y dio media vuelta. No me acordé de preguntarle si los sepultureros se alegran de la muerte de los clientes.
…….
Entro en el pabellón de estudiantes. Este fin de semana celebran un campeonato de juegos de mesa. Amable y Luciano, un padre joven, berciano como él, están compitiendo en la final de uno de cartas. Me acerco. Hablan en clave: que si chica, que si
pares, que si envido, que si paso, que si juego, que si órdago, que si quiero…
Y acaban ganando el campeonato. Vicente juega una partida de pin pon, y al que llaman
Merry, una de ajedrez, con Peñita. No es mi fuerte. Prefiero las damas. Me acerco y le digo al oído al tal
Merry que tenemos que hablar, que es urgente y que a él y a Vicente los espero fuera con papel y lápiz cuando acaben la partida y que la cosa va de libros. Le cambia el color de la cara. Voy bien encaminado.
Al salir veo en el tablón de anuncios que se está organizando una cordada a Peñalara, en la Sierra de Guadarrama, con misa y todo. En tren hasta la Granja de San Ildefonso y desde allí a la cumbre. Naturaleza, paz, silencio, soledad, comunión, armonía, creación… Intento enlazarlas en una frase que exprese mis sensaciones en contacto con la montaña y no me salen más que cursiladas. Lo dejo. Con gusto añadiría mi nombre a la lista de los Gañán, Saiz, Cuadrado, Cabezón- Ángel y José Manuel -, Adeodato, Puebla, Mateo y Amable, para acompañarlos en la subida y que bajaran sin mí, pero ya es tarde para cambiar de planes.
Llega la pareja y voy al grano.
-
Escribe - le digo a uno y dicto, a lo que ya estoy acostumbrado con el Grundig - “La gata escondió la camada bajo la escalera de la antigua cátedra del Claustro de Reyes”.
Palidecen. Ya son míos
-
No os preocupéis -los tranquilizo -.
No soy un delator, pero escuchadme bien. Sean cuales sean vuestros motivos, con los que quizás pudiera estar de acuerdo, el golpe de efecto ya lo habéis conseguido. Ahora ha llegado el momento de dar a conocer el escondrijo y yo decidiré cómo y cuándo. ¿Estáis de acuerdo? Asienten, quizás porque mi propuesta les ofrece una salida segura del atolladero en el que se han metido.
-
Pero a cambio de mi silencio, necesito vuestra colaboración para un asuntillo importante para mí. Quid pro quo. Y les indico cuál es el monolito en el que quiero que
Merry (quien según Peñita tiene madera de escultor y sabe manejar el cincel) grabe una cruz discreta en la parte superior. Y que deben hacerlo antes de acabar la visita canónica. Se miran, me miran y están de acuerdo. Quizás porque a la fuerza ahorcan, pero a mí qué.
-
Y ahora mecanografiadme la pista del felino, uno de los que sobrevivió a vuestras cacerías, metedla en un sobre y me la devolvéis. Os espero.
Mientras lo hacía recordé que estaba sentado en el murete donde un día observé un espectáculo de fuegos artificiales, singular por insólito o insólito por singular, a cargo de los estudiantes y padres jóvenes que se reunían en filandón después de la cena, la noche cerrada. Se trataba de que cuando a uno le sobrevenía una urgencia en forma de ventosidad, estirado boca arriba en el murete, con el hábito recogido en la cintura y las piernas encogidas, al grito de
“fuego” otro le aplicaba una cerilla al tubo de escape provocando una deflagración en colores acompañada de un estruendo simultáneo, tras los cuales, a menudo, aromas indeseados se sumaban a la fiesta. Entre los artificieros y los proveedores del material explosivo distinguí la voz de uno
al que llaman
el Negro. (¿Os había dicho que es a mí a quien algunos tildan de infantiloide?)
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EL MANUSCRITO RESCATADO, Transcripción Amable Álvarez (I)
EL MANUSCRITO RESCATADO, Transcripción Amable Álvarez (II)