Últimas entrevistas de la visita canónica. Día D y hora H. Hay que saber estar y me pongo un hábito limpio. Entro en el despacho del Provincial con el gradual que saqué del claustro pegado al pecho, bajo la túnica. Empieza.
- Buenos días, hermano. Siéntese, por favor. Como sabe, estamos acabando esta visita canónica que tiene por objeto animar a los hermanos a perseverar en el cumplimiento de nuestras constituciones y en la consecución de los objetivos marcados para esta casa, establecer pautas para corregir las desviaciones que pudieran producirse y amonestar a quienes no se conduzcan conforme a nuestra Regla y a los votos que profesamos. También es mi deber escuchar propuestas y sugerencias, siempre que sean razonables y asumibles. Empecemos por aquí, hermano. Lo escucho.
A bodas me convidas. Le explico mis planes sobre el funeral, que ya conoce el Prior, y le pido su conformidad. Tuerce el gesto y me recita:
- Hermano, el voto de pobreza nos obliga al desprendimiento de todo lo material desde que profesamos hasta el final de nuestros días. Nada nos pertenece, ni siquiera el lugar donde reposará nuestro cuerpo ni la tierra que lo cubrirá.
- Ya lo sé, padre. Y singularizarnos es contrario a la humildad cristiana a la que estamos obligados – añado yo, para completar la letanía del Prior.
- Usted lo ha dicho muy bien, y el Señor proveerá.
Lo mismo que Puskas. Es su guión y la hora de jugar mis cartas. Saco el gradual y lo pongo sobre la mesa. Gafas fuera. Ojos como naranjas. Tono agrio.
- ¿No me dirá que es usted el responsable de la sustracción o, si no, no nos estará encubriendo a los culpables? Supongo que no ha olvidado la vigencia del voto de obediencia y del precepto formal.
- Claro que no, pero usted también sabe, reverendo padre - yo, crecido -, que mi estado físico me impide trasegar tantos y tan pesados graduales en una noche. Y que ni el voto de obediencia ni el precepto formal me obligan a delatar a mis hermanos. Y que quebrantándolos no cometo pecado porque no infrinjo ninguna ley divina. Aceptaré, por supuesto, el castigo que usted me imponga. Pero podemos arreglarlo ganando todos. Le propongo un trato.
- ¿No querrá chantajearme, verdad? - incrédulo ante mi desfachatez. Se levanta y levanta el tono.
- Usted verá, padre. Los graduales a cambio. No le pido nada del otro mundo. Quid pro quo - apostando fuerte, sabedor de la mano que llevo -. No se lo puede creer. Recorre el despacho manos a la espalda a grandes zancadas. Se seca el sudor de la frente. Se sienta. Se levanta. Finalmente, sintiéndose atrapado, asiente con la cabeza.
- Redáctelo a su manera pero haga constar que si es correcta la pista que le daré antes de que abandone usted el convento, ordenará que se respete mi voluntad de ser enterrado en la forma que he dispuesto – yo, envalentonado.
Masculla entre dientes, creyendo que no lo oigo “Ay, Señor, Señor, ya me habían advertido que no estaba bien, pero ¿tan mal?” Sin alternativa, toma asiento y redacta: “Si la pista que nos proporciona nuestro hermano nos conduce a la recuperación de los graduales, ordeno al P. Prior que sea respetada su voluntad de ser inhumado en la forma que él ha decidido y nos ha comunicado”. Y lo firma. Le doy el plácet.
-
Gracias, padre. Métalo en un sobre y entréguemelo. Cumpliré lo prometido más pronto que tarde. Y ahora quiero que me oiga en confesión.
……
Sabedor de que
Merry y Vicente habían hecho su trabajo, no pude esperar más, y la misma tarde, con la excusa de ayudar a preparar el refectorio para la cena y asegurándome de no ser observado, coloqué los sobres bajo las servilletas de las dos máximas autoridades.
Llegó el momento. Caras largas en la mesa presidencial. Suena la nola.
-Hermanos, - habla el Provincial -
hoy damos por clausurada esta visita canónica. Estamos dispensados de silencio.
Según mis previsiones, los sobres quedan al descubierto al recoger las servilletas. El Provincial hace un gesto al Prior para que espere, y abre el suyo. Lee y se lo da a leer.
“La gata escondió la camada bajo la escalera de la antigua cátedra del Claustro de Reyes”. Ante la extrañeza general, abandonan apresurados el refectorio, y regresan al poco, sonrientes y triunfantes. Puskas hace sonar la nola reclamando silencio.
- Congratulémonos, hermanos - anuncia -
porque nuestros ruegos y plegarias han sido escuchados: los graduales han aparecido, aunque nada sabemos de los responsables de la sustracción. Reacciones de satisfacción. Imagino un suspiro de alivio en
Merry y Vicente. El Provincial indica al Prior que abra su sobre. Cara de decepción. Cuchichean. Presiento que se siente traicionado por él y humillado por mí. Lo siento. Quid pro quo. (A esta le he cogido cariño).
Acabada la cena, se me acercan Vicente y
Merry, este sus manos sobre mis hombros.
-
Gracias, hermano. Espero que sea de su agrado - y me muestra una fotografía del monolito. Apenas puedo distinguir la cruz en relieve.
- Seguro que está muy bien hecha. Gracias a vosotros. Y aceptad el consejo de un lego: si yo no os he delatado, no cometáis la torpeza de hacerlo vosotros. O al menos no tengáis prisa. El tiempo dicen, aunque es mentira, lo cura todo. Que se lo digan a mi salud.
Otro objetivo conseguido.
……..
Esta tarde me he propuesto cerrar la
oficina. Apoyado en dos muletas porque tengo como bloqueados los pies y me cuesta despegarlos del suelo, aunque asfixiado, logro llegar. Mis amigos ya me esperan. Hoy están todos. Al verme tan fatigado, aceptan el juego que les propongo.
- ¿Verdad que hacéis caligrafía en el colegio? - síes amontonados -.
Pues hoy vamos a hacer un dictado a ver quién tiene la letra más bonita. Y les entrego el material.
- A ver, escribid y sin faltas, si puede ser: “Los felinos…
- ¿Qué es felinos? - uno
- Los gatos son felinos - respondo -.
Pero no me interrumpáis. Venga “Los felinos custodian…
- Yo no sé qué es custodian - otro
- Yo sí lo sé - el listillo -. Es una cosa de oro o plata donde se expone la Hostia de comulgar
-
Custodian es vigilan, guardan - corrijo -.
Acordaos de que los ángeles de la guarda también se llaman custodios. Pero os vais a quedar sin regalo si me seguís interrumpiendo. A ver, escribid todo seguido: “Los felinos custodian en el pajar dentro del saco que cuelga de una viga las prendas tras las que escondéis vuestros tesoros más íntimos. Llevadles comida si queréis recuperarlas. Y las yemas, por las molestias”
(Por suerte, no mostraron interés por los tesoros más íntimos de monjas y macarias. Y no se lo dicto, pero alguien debería decirles que hay prendas en un estado que válgame Dios y que merecerían, por antigüedad y servicios prestados, un final digno. Y hasta un responso).
-
Vuestra recompensa - una caja de yemas -
por guardarme el secreto del escondite de los libros. Y ahora os voy a decir una cosa, pero no quiero que nos pongamos tristes: hoy tenemos que despedirnos porque voy destinado a un sitio que queda muy lejos de aquí.
-
¿Más lejos que Arévalo? ¿Y será bonito como este? ¿Y podremos visitarlo? ¿Y habrá gatos? - se agolparon las preguntas y salí como pude:
-
Tan lejos que no se puede medir la distancia. ¿Bonito? Fijaos si será bonito que le llaman el paraíso; y a visitarme sí podréis ir, pero dentro de muuuuchos años cuando seáis viejecitos como yo y si os seguís portando bien. Y gatos no creo que haya, no. Hala, que se os hace tarde. Que Dios os bendiga, hijos, y os recompense con la misma felicidad que vosotros me habéis dado.
Uno tras otro se despidieron con unos golpecitos cariñosos en mi espalda, y cuando doblaban la esquina se volvieron para decirme adiós con sus manitas menudas. Me enjugué las lágrimas con las manga de la túnica.
Noto los pies congelados y anclados a tierra como si los sujetara un imán, pero debo hacer el último esfuerzo aprovechando que monjas e internas rezan ahora el rosario. Aguantando los dolores que los calmantes ya no mitigan consigo llegar al lavadero y con una pinza sujetar en el tendedero el dictado de uno de los niños. Sobre la mesa les dejo tres cajas de yemas. Por las molestias, sí, y por haber sido injusto con ellas.
Llegan Peñita y Amable del Hospital y me encuentran sentado en la silla de tijera, incapaz de levantarme. Colgado de sus hombros consiguen meterme en la celda y estirarme en la cama. Les indico con gestos que pongan en marcha el magnetofón. Me repongo un poco. Les cuento lo del manuscrito y les pido que se lleven el cuaderno, no por su interés, sino porque son protagonistas. La cinta, que la recojan en el velatorio porque continuaré grabando mientras pueda.
- Dentro o fuera, preservad vuestra amistad - me ha dado por repartir consejos, ¡a mí! -.
Y ahora que volvéis a Madrid, tendréis la oportunidad de poner en práctica vuestros conocimientos de enfermería con los chabolistas de los Olivos y Valdebebas. No olvidéis que será más fácil encontrar a Dios por allí que entre las mansiones de la Moraleja. Y ahora dejadme solo, que parece que oigo como si alguien me estuviera llamando. Decidle al enfermero que me traiga un tazón de leche con galletas para mí y mucho azúcar para mi diabetes - tratando, sin éxito, de reír mi propia gracia -. Tumbado en la cama, se inclinaron y me dieron un abrazo fraternal.
…….
Mañana del día siguiente. Aún sigo aquí. Hoy abandona el convento el Provincial, que se presenta en mi celda acompañado de
Puskas y del Maestro de Estudiantes. Que están al corriente de mi estado de salud y que cómo me encuentro.
- Hace días que oigo que me llaman y me estoy preparando - respondo.
- Sepa, hermano,- es el Prior -
que el padre Provincial ha tenido a bien destinarme a Chile y por lo tanto no acabaré mi mandato. Daré a conocer a mi sustituto el compromiso adquirido con usted. De todas formas, los culpables…
- Olvídense de los culpables - salto -
y analicen qué puede haberlos inducido. ¿Por qué son tan reacios a poner en práctica directrices del Concilio Vaticano II en lo que a la celebración del culto se refiere y que ellos reclaman? Hay corrientes de apertura en la Iglesia y movimientos rupturistas en la sociedad (y si no fíjense lo que está ocurriendo estos días en París), y aquí, según ellos, en vez de avanzar se está produciendo una regresión. Son adultos y quieren ser tratados como tales. Escúchenlos, dialoguen y después decidan. El autoritarismo de Arcas Reales, de Ocaña, y en menor medida, de Madrid, hoy ya no lo aceptan.
¿Tiene sentido humillarlos de rodillas durante la cena por haber salido de paseo sin el hábito? ¿No será cruel denegar el permiso a un estudiante para visitar a su hermano en Arcas Reales después de más de cinco años separados? ¿No habrá otra y mejor forma de afrontar un problema que desterrar todo el verano a un estudiante al Monasterio del Paular para alejarlo de una chica de la que se ha enamorado y que puede acabar siendo su esposa?
El Provincial hace un gesto con la mano indicando que ya es suficiente, pero voy embalado y la inercia me impide parar.
- ¿Qué ley se viola si se prolonga el “toque de queda” para que puedan ver, por consenso, alguna obra de teatro, concurso o acontecimiento deportivo en televisión? ¿Acaso no lo hacemos ustedes y yo? Etcétera, etcétera, etcétera. Y ahora sí, ya lo dejo.
- Reconozco que me he visto desbordado en el desempeño del cargo - interrumpe el Maestro -. Aunque lo he intentado, al menos a mi manera, he sido incapaz de reconducir la situación y, buscando la mejor solución para todos, he presentado mi dimisión al padre Provincial y me ha sido aceptada.
- Sus muchas cualidades serán aprovechadas en la docencia y en otros menesteres - tercia el Provincial -.
Esperamos haber acertado con la elección del sustituto. ¿Me permite una pregunta, hermano? Asiento.
- ¿Tan importante es para usted su funeral como para ponernos entre la espada y la pared? - incapaz aún de entender lo sucedido
- Ahora que ya está pactado, que se cumpla lo acordado - consecuente.
Lo que se haga conmigo cuando me vaya nunca me ha preocupado lo más mínimo, pero tras una vida de obediencia ciega he querido reivindicar con un pequeño acto de rebeldía mi derecho a decidir sobre el único bien material que me pertenece: mi cuerpo. Y ustedes se desentendieron no porque no fuera asumible sino porque socavaba el principio de autoridad. Y aunque me disgusta, y les pido disculpas por ello, tuve que recurrir al chantaje.
Tendré que dejarlo. Me ahogo. Respiro hondo. Concluyo.
- Tiene guasa, hermanos, que sea yo quien los sermonee. Gracias por visitarme y por escucharme, esta vez sí. Les deseo suerte y acierto en sus destinos y que a ustedes, a diferencia de mí, la edad los haga más sabios. Y ahora, déjenme solo, por favor, tengo que atender una llamada insistente.
Salen. Escucho el toque del Ángelus. Cierro los ojos. Entrelazo el rosario en mis dedos temblorosos. No paran de llamar. El magnetofón sigue en marcha.
- Ya voy, ya voy. Pater noster qui es in caelis... santificetur nomen tuum... fiat volunt
Ávila, primavera de 1968
…….
NOTA DEL TRANSCRIPTOR
Efectivamente, el manuscrito y la cinta llegaron a mis manos pero, en contra de lo dice fray Agustín, al que llamaremos así para respetar su derecho al anonimato, los encontré dentro de un sobre con una nota mecanografiada que decía “Tienes un papel en la obra”, que alguien había introducido en una caja con los libros de mi limitada biblioteca particular, cuando en 1968 el Instituto Pontificio de Teología fue trasladado a San Pedro Mártir, en Madrid.
Y el papel era cierto, porque me convirtió en actor involuntario y depositario del manuscrito, ¿quizás porque creía que siendo yo redactor en las revistas que publicábamos podía darlo a conocer?
Lo primero que llamó mi atención y me causó estupor fue que, aunque nunca las oyó de mi boca, las anécdotas que relata son ciertas, algunas por haberlas vivido y otras (incluidas sus chiquilladas, porque es verdad que se jactaba de ellas y tenía un comportamiento infantil) por habérselas oído a él mismo o a personas de mi confianza. Ahora bien, el decorado, la escenografía y el acabado de algunas de ellas, son obra suya.
Como nuestra relación fue superficial y esporádica, tuvo que tener algún confidente que me conocía muy bien, probablemente el mismo que introdujo el manuscrito y la cinta entre mis pertenencias en el traslado.
En honor de nuestro hermano hay que reconocer su acierto al predecir la dimisión del Maestro de Estudiantes con el que, ya en Madrid, se limaron asperezas. Mantuvimos siempre un trato respetuoso, y cuando en el otoño de 1969 decidí abandonar la Orden, al despedirnos en la, aquel día, soleada galería del jardín japonés, no sé si irónicamente, me dijo “Se va uno de los puntales del curso”, no pude estar más de acuerdo con él porque dio en el clavo: quedábamos cinco. Me dicen que es un buen religioso y compañero, de trato agradable y con un sentido del humor que no mostró, o no supimos percibir, entonces. Me alegro de verdad.
Unos días antes había sido llamado por el entonces Provincial, P. Jesús Gayo, que se encontraba en San Pedro Mártir, no sé si en visita canónica u ordinaria, y de aquella entrevista ambos salimos disgustados, aunque él más. Porque cuando me comunicó su propósito de enviarme a Roma a especializarme en cierta materia que no recuerdo, y yo le manifesté que ya había tomado la decisión de solicitar un “año de prueba” - excusa que generalmente se esgrimía entonces para solicitar la dispensa de los votos -, fueron tales su decepción y contrariedad que, educado pero perceptiblemente molesto, dio por finalizada la entrevista. Me puse en su lugar y lo comprendí. Demasiada inversión para réditos tan magros.
Acertó igualmente fray Agustín al pronosticar la desbandada que se iba a producir, pues de los 13 padres jóvenes, aún estudiantes aquel año, continúan 5; y de los 55 estudiantes restantes, se ordenaron 25. Concretamente de mi curso, el “más completo” que el P. Marcos F. Manzanedo había conocido, cuatro, aunque solo tres persisten. Me apetece una breve reseña.
Ceferino Puebla, incondicional del Atleti. El estudiante de magnas y summas cum laude sin despeinarse, ahora de nuevo en Arcas Reales en proceso de adaptación tras toda una vida en Japón como profesor y divulgador de la lengua y cultura españolas en las Universidades de Kobe y Kansai.
Recuerdo sus atrevidas excursiones al carro de la merienda de los padres en San Pedro Mártir y que a veces me tocaba alguna cosa de rebote. O las primeras vacaciones a nuestro aire trabajando en Barcelona, él en la cocina del restaurante del Rompeolas y yo, con José María Gutiérrez “Chemi” y Ángel Cabezón, en el Camping El Toro Bravo, en el litoral. No por lo que pasó sino por lo que pudo haber pasado, una gota más que ayudó a colmar el vaso y me empujó a tomar la decisión de abandonara la Orden el curso siguiente.
Virgilio Díez, hincha del Zaragoza, aunque a él le gustaba darle prestancia anteponiendo el Real. En los estudios no le iba a la zaga a Ceferino. Isaías Astorga, Carlos Alejos, Virgilio y yo, construimos en Arcas Reales una amistad que los años han demostrado auténtica. A Isaías tuve la oportunidad de despedirlo poco antes de su muerte, y el resto mantenemos una relación epistolar y telefónica, con algún encuentro ocasional.
Es el de Virgilio un caso infrecuente de fidelidad a una casa religiosa, Arcas Reales, donde se ancló desde su ordenación sacerdotal, convencido de situarse allí donde sus aptitudes como docente y psicólogo podían ser mejor aprovechadas. Y siempre solícito y predispuesto para atender la correspondencia, las llamadas o las visitas de quienes se pongan en contacto con él. Su colaboración me ha sido de gran ayuda para este y anteriores “In diebus illis”.
Finalmente, Bonifacio García Solís, el fray “Boni” cariñoso del padre Pedro G. Tejero, el “roxu” para otros - por el color de su pelo -, nuestro Solís. Académicamente el menos brillante de los tres, era el esfuerzo y el entusiasmo personificados. Hiciera lo que hiciera, banal o sustancial, ponía en ello alma, corazón y empeño. Y un gran compañero capaz de sumarse a pequeñas transgresiones del grupo (aunque entonces nos parecían importantes), que motu proprio nunca hubiera promovido por ser contrarias a su idiosincrasia. Nuestra relación fue estrecha los últimos años. Ostenta el record de Provincial más veces elegido - por algo será -, ejerciendo el cargo con gran acierto. Admirables su dedicación y capacidad de trabajo, muy superiores a las que su salud recomendaría, me dicen. Y emulando a los padres Fabián y Santiago de nuestra época, incansable en su labor de captación de vocaciones en Oriente, un territorio comanche, antes y ahora quizás más, me temo, porque su residencia oficial es Hong Kong.
Volvamos al manuscrito. Siguiendo las instrucciones del hermano, más por respeto que por interés, pasé “a limpio” sus notas manuscritas y transcribí el contenido de la grabación. Los originales desaparecieron en alguna mudanza pero conservo el ejemplar mecanografiado. En esta versión informatizada el corrector de Microsoft hizo caso omiso de su deseo de que le fuera respetada la ortografía. Parece que la inteligencia artificial y la empatía aún no se llevan bien.
He adjetivado el manuscrito como “rescatado” porque lo fue del olvido en el que permaneció más de cincuenta años, ya que nunca consideré que mereciera ser digno de atención y menos de publicación. El autor maneja a su antojo a los personajes para encadenar una serie de anécdotas, irrelevantes la gran mayoría, que giran alrededor del argumento principal: la maquinación para organizarse un funeral a medida. ¿Verosímil? ¿La recreación fantasiosa de un desiderátum irrealizable? ¿La fabulación de un narrador aficionado novelando “su” funeral, o simplemente “un” funeral? En cualquier caso, de nulo o escaso interés para darlo a conocer.
Pero la publicación reciente en la página Web antiguosalumnosdar del artículo “Graduales. Ocultación transitoria” de F.Maestro quien, no me cabe duda es el Merry del manuscrito, ha despertado mi curiosidad por discernir qué de realidad y qué de ficción puede haber en ambos relatos. En definitiva, quién dice la verdad y quién fantasea.
Partimos del hecho probado del secuestro de los graduales. También de que ambas versiones coinciden en el lugar y en el tiempo en el que son sustraídos y hallados y que difieren ligeramente en lo que a los autores del descubrimiento se refiere. Sí lo hacen de manera rotunda en cuanto a la fecha: F. Maestro la sitúa “meses después” y fray Agustín durante la visita canónica del Provincial. Es comprensible que a F. Maestro no le interese que el hallazgo se produzca durante la visita canónica, pero sí a fray Agustín porque presiente su muerte cercana y necesita utilizar y chantajear al Provincial para conseguir lo que el Prior ha más que insinuado que le va a denegar. La versión de F. Maestrola es corroborada, además, por Juan José Luengo, quien, en su artículo “Tercer año de teología”, publicado en la misma web el 03/11/2019, asegura que “Estos graduales no llegaron a aparecer durante el resto de nuestro estudiantado”.
También llama la atención que F. Maestro no mencione el chantaje al que él y Arribas, el Vicente del manuscrito, fueron sometidos por el hermano. En mi opinión, porque no se produjo. Si cincuenta y cuatro años después decide reconocer la autoría y “culpabilidad” no es plausible que se arriesgue a poner en entredicho su honorabilidad y honradez intelectual por algo que, de haberse producido, resultaría irrelevante. No estaría de más, en todo caso, conocer su versión.
Igualmente resulta llamativo que no confesara e hiciera cómplices de sus planes a sus dos confidentes (al menos no a mí) si, como afirma, “puedo confiar en ellos”.
Y aunque no probatorio, porque en cincuenta y cuatro años son más que probables las exhumaciones, en el cementerio no hay rastro de un sepulcro de las características del descrito por fray Agustín. Y los coetáneos consultados tampoco tienen noticias del mismo.
Mi conclusión es que el relato, en lo que a la planificación y al desenlace del funeral se refiere, es fruto únicamente de su imaginación, y que el secuestro de los graduales y la presencia del Provincial en visita canónica le vienen como anillo al dedo para construir la trama. Y como narrador, aficionado o no, está en su derecho a utilizarlo como recurso.
No sé si estas reflexiones, que cuestionan la veracidad de algunos “hechos” o anécdotas, serían del agrado de nuestro hermano. De no serlo, no me cabe duda de que me hubiera sometido - para no sentar un precedente - a algún tipo de extorsión, a la que, sin duda, habría tenido que sucumbir para no ser menos que los demás. Hechas están y, en todo caso, si su pretensión era conseguir que el manuscrito acabara viendo la luz, se salió con la suya.
NOTA DE F.MAESTRO “MERRY”
Amigo Amable,
Desde que mi paisano Andrés Trapiello se presentó como simple reproductor del manuscrito Días y Noches, pienso que los transcriptores son los autores. En el caso el Manuscrito Rescatado, creo que Amable ha añadido cucharada. Sea o no intencionado, ha puesto en evidencia que soy yo quien está detrás de F. Maestro y del tal Merry, lo que me pone en la tesitura de confesar unos hechos que no son para sentirse precisamente orgulloso.
Se me escapa qué pudo inducir al supuesto Fray Agustín a adelantar la fecha del descubrimiento de los graduales, una vez que su sueño de unos funerales “esotéricos” había recibido la negativa de sus superiores. Me propongo releer Los protocolos de los sabios de Sion”, obra que desestructuró su mente, a ver si encuentro alguna explicación. El secuestro de los graduales tuvo, no lo dudes, una motivación litúrgica, aunque ni Vicente ni yo habíamos participado directamente en la solicitud de introducir la lengua vernácula. Ambos éramos miembros de un grupo que pretendía luchar contra lo que considerábamos una peligrosa corriente, que, bajo apariencia terapéutica y holística, pretendía diluir el concepto de persona. Lo que en la mayoría de los casos no pasaba de cierta biofilia desnaturalizaba el fundamento teológico del Filioque.
Nuestro ingenuo activismo nos llevó a eliminar de los conventos a cuantos felinos pudimos, entre ellos, y muy lamentablemente, la gata de compañía del vaquero de San Pedro Mártir.
¿Que si tuvimos que acceder a ciertas exigencias del supuesto Fray Agustín, cuando el mes de junio, y antes de hacerlo público, se acercó a mí relacionando la maternal gata con los graduales? Mejor lo dejamos abierto y que decidan los lectores. ¿Te parece?
Nuestra sociedad se disolvió ante el temor de que la narración de las investigaciones de Guillermo de Baskerville en torno a un inexistente libro de Aristóteles sobre la risa, una metafórica denuncia de Umberto Eco. La publicación de El Nombre de la Rosa, puso al alcance de cientos de miles de personas la posibilidad de descubrir paralelismos y de identificar peligrosamente a los impulsores del movimiento.
Cincuenta años después, puede ser un buen momento para reconocer públicamente lo ingenuo de nuestros análisis, cómo se puede ser dogmático en la lucha contra el fanatismo de los demás y, sobre todo, el cortoplacismo de ciertas batallas ideológicas. No hay más que ver el número de gatos que discurren por los semivacíos conventos y las innumerables y variadas mascotas que proliferan por doquier, que señorean pisos y aceras, y que más que dignificar la vida animal la convierten en mercancía.
Cordialmente
Mariano
Granollers, mayo 2021
NOTA FINAL
Mi agradecimiento a todos los hermanos que, sin levantar la voz, nos hicieron la vida más fácil, especialmente aquellos con los que tuve una relación continuada: los Orencio, Fuertes, Nieto, Rodrigo, Germánico, Antonio, Ortega, Teodoro, Paulino, Aderito, Andrés… También al protagonista del manuscrito, al que, novelando los últimos días de su biografía, he utilizado para recrear, banal y superficialmente, como acostumbro, momentos de un año entre 1967 y 1968 de aquella juventud de algunos de nosotros, dentro un gran convento amurallado, a las afueras de una pequeña ciudad amurallada.
La imagen de su patrón, Martín de Porres, canonizado por su labor en favor de pobres, enfermos y marginados, siempre irá asociada - paradójica y desafortunadamente, a mi modo de ver - a una escoba, que puede simbolizar purificación y limpieza, pero también sumisión y servidumbre.
Gracias igualmente a F. Maestro, Merry y Mariano, cuya amistad ha quedado demostrada una vez más al aceptar participar, sin condiciones, en el juego que les propuse.
Barcelona, mayo 2021
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EL MANUSCRITO RESCATADO, Transcripción Amable Álvarez (I)
EL MANUSCRITO RESCATADO, Transcripción Amable Álvarez (II)
EL MANUSCRITO RESCATADO, Transcripción Amable Álvarez (III)