Nací cuando ya boqueaba el siglo XIX, y he llegado, físicamente peor de lo que algunos creen y mentalmente mejor de lo que los mismos piensan, a 1967, año en el que, hasta hoy, han pasado cosas cuya transcendencia el tiempo calibrará debidamente, tales como el éxito de Sandie Shaw, marioneta en una cuerda, en el festival de Eurovisión - con nuestro Raphael en el séptimo puesto -, la boda de Elvis y Priscilla, la inauguración del Estadio El Sadar en Pamplona, la llegada de los primeros bikinis a España ajustados a los cuerpos de las suecas, o el estreno de En familia con Chabelo en el canal mejicano Televisa.
Otros, por irrelevantes, no merecerían siquiera ser reseñados, como el asesinato del Che Guevara a manos de la CIA, el comienzo de la Guerra de los Seis Días o las manifestaciones multitudinarias del pueblo americano contra la Guerra del Vietnam. Menudencias.
Abriendo el foco a lo que va de siglo, ídem de lienzo. Entre los que marcarán un hito, las tres Copas de Ferias del FC Barcelona, la entrada en vigor de la Ley Seca, el estreno de Walt Disney de Blancanieves y los siete enanitos o el zapatazo de Nikita Jrushchov en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Y aquellos que, por triviales, no pasarán a la historia y que menciono por citar alguno y tal como me vienen a la memoria: las revoluciones mejicana y cubana, las guerras locales entre griegos y turcos, árabes e israelíes, rusos y polacos, rusos y japoneses, japoneses y chinos, chinos e indios, indios y paquistaníes…; y las fratricidas entre griegos, rusos, chinos, coreanos y la actual entre vietnamitas, con los americanos metiendo el cuezo pensando que sería coser y cantar, y doce años ya y lo que te rondaré morena. Un siglo, como veis, de lo más tedioso y soporífero. Y a modo de pasatiempo para matar el rato - menos mal -, dos guerras mundiales que, dicho sea de paso, ganaron los míos.
(No he sabido cómo catalogar el movimiento jipi)
Y en España, cuatro minucias de nada también para que no se diga y no quedarnos atrás: el fin de nuestro imperio colonial, una dictadura, la menos larga, avalada por la monarquía, una efímera república, un golpe de estado y la guerra civil consecuente, apoyada por el fascismo europeo y que perdieron los míos y también, pero menos, los que la ganaron; y desde 1939, esta dictadura consentida y blanqueada por quienes no las consintieron en otros lugares. ¿Habrá empate a dos con una nueva República? ¡Ca! Los que deciden por aquellos a los que no permiten decidir ya han decidido que el próximo Jefe del Estado será, por ley, un rey. Atado y bien atado. Ahora es la dictadura quien avala la monarquía. Favor con favor se paga. Hoy por ti, mañana por mí.
……..
Una vez situados en el mundo mundial, os presento mi mundillo. Soy uno de los 115 religiosos que formamos la comunidad dominicana de Santo Tomás, en Ávila, de los cuales 17 legos - por esta vez nosotros delante -, 40 sacerdotes y 68 estudiantes de teología, 13 de ellos recién ordenados y a los que llamamos padres jóvenes.
Se me está olvidando el poco latín que aprendí, pero recuerdo bien lo que significa tempus fugit. La mayor parte de los sacerdotes y legos estamos aquí ya de retirada y, como en las carreras de fondo, la campanilla ha sonado para anunciarnos la última vuelta. Según no sé cuántos esta es una carrera sin alicientes pues no hay trofeo en disputa, todos tenemos asegurada la llegada, nada importa el orden y por lo tanto, para qué correr si todos acaban perdiendo. No es eso lo que pensamos los residentes aquí, esperanzados e ilusionados en llegar dignamente al final de esta carrera, inicio de la prometida vida eterna. En mi caso, no muero porque no muero, como la Santa de esta ciudad, pero me estoy preparando para que cuando al Señor tenga un momento libre para ocuparse de lo mío y le dé por proveer, me encuentre en estado de revista.
Siempre me ha gustado escribir, pero ha llegado el momento que por más que mi cerebro se esfuerce en darle instrucciones, la mano con la que lo hago se ha tornado rebelde y se niega a aceptarlas. No es por presumir, pero yo, que en otra época de la historia habría sabido copiar dignamente un Beatus, ahora me veo incapaz de dibujar las letras con un trazo firme y homogéneo y de seguir una línea recta a pesar de utilizar papel pautado. Observo, impotente, cómo las palabras disfrutan mofándose de mí y culebreando a su antojo. Si este manuscrito, que escribo por distracción, llegase a caer en manos de alguien al que pueda interesar, le pido que se esfuerce en descifrarlo y que disculpe y corrija, al pasarlo a limpio, las faltas de ortografía, que no son debidas a mi condición de lego sino al abandono de la escritura y la lectura por culpa del párkinson galopante y de las cataratas, que la diabetes impide operar. O si no, la ortografía mejor no tocarla. Como tantos otros, es un síntoma más del paso del tiempo, que acepto con naturalidad.
Me temo que voy a construir un relato desordenado e inconexo en el que no faltarán los anacronismos, hilvanado solo al dictado de la espontaneidad, porque a estas alturas no estoy dispuesto a que me impongan, y menos a autoimponerme, servidumbres.
Y para dar la razón a quienes califican de infantiloide mi comportamiento empezaremos jugando. Etimológicamente mi nombre tiene el origen en de un día del año y mis apellidos en los de dos días de la semana. Y no daré más pistas. Probad combinaciones.
A mis espaldas hay quien me apoda Lamparones porque tengo el hábito de recoger en el refectorio las sobras de comida, que guardo, sin esconderme, bajo la túnica, para alimentar la colonia de gatos del recinto. Solo de esta forma permiten el acercamiento. Se han vuelto ariscos y resabiados porque a los estudiantes les ha dado por cazarlos para comérselos. Gato sin piel, conejo, dicen. Sé cómo los matan y me duele; me duele tanto, que prefiero no describirlo para que no os duela también a vosotros. Y seguro que los atontolinados saben de cocina lo que yo.
Las chicas internas en la residencia de las monjas, que se ocupan de la limpieza y lavandería, se quejan a la Madre Superiora de lo mucho que les cuesta eliminar las manchas de grasa de mi ropa, y la Superiora se queja a su vez al Prior, y el Prior a la suya me reconviene a mí, lo que, reconozco, no acepto de buen grado, aunque hago oídos sordos. Sé que me considera un caso perdido y no seré yo quien le quite la razón. Y para que sepan cómo las gasto con los chivatos, entré en la lavandería a la hora del rosario y les pispé su ropa interior del tendedero y la tengo escondida a buen recaudo. Ya veremos cuándo decido devolvérsela. Me las imagino lavando y secando todos los días la que llevaban puesta, y mientras tanto, ay señor, lo suyo sin abrigo. Para rematarlo, cuando al día siguiente volvían de paseo, sudorosas y sofocadas tras la cuesta empinada, y me dieron las buenas tardes, yo se las di también, pero añadí, ingenuamente como podéis imaginar, se nota que por ahí abajo hoy corre mejor el aire ¿verdad? Y se me escapó la risilla del bribón que llevo dentro. Dudo que ellas lo captaran, pero sor Petra blandió el brazo, que yo entendí como un a usted le voy a dar yo. Con la napia que tiene, seguro que se lo ha olido y sospecha de mí.
Y otro día, solo por jugar y fastidiarlo, porque es algo cabra loca con un genio que pa’ qué, le escondí el hábito a un padre joven; Santi, se llama. Me amenazó con correrme a gorrazos si no se lo devolvía inmediatamente. ¿Con amenazas a mí? Tuvo que suplicar.
Por estas y otras cosillas los hay que dicen que he perdido el oremus, que me falta un tornillo y que los otros los tengo mal apretados, o que me he infantilizado, o que soy un excéntrico, y no falta quien me tilda de viejo verde. Qué queréis que os diga. Llegado a este punto creo haber hecho las paces con Dios y conmigo mismo y lo que piensen de mí ya me trae bastante sin cuidado.
¿Que la edad me ha infantilizado y que me jacto, además, de mis travesuras? Pues sí, ¿y qué? ¿Acaso el cambio de conducta y la vuelta a la niñez no son condiciones del Señor para acceder al reino de los cielos? Con horizontes invertidos, niños y yo compartimos la despreocupación por el pasado, el suyo por inexistente, y el mío, un infinito difuminado; también por el futuro, para ellos de tan lejano ni siquiera imaginado, y para mí, inmediato y circunscrito a una parcela de cuatro metros cuadrados, bien soleada, que ya tengo elegida en el camposanto del monasterio. Y nada de lápida, porque acaban dejadas de la mano de Dios cubiertas de liquen y musgo. Un humilde túmulo de tierra, cubierto con los cantos rodados que estoy recogiendo, y que entre ellos crezca la bellorita, la margarita silvestre de los paisajes de mi infancia, que acabará floreciendo en primavera. Y en la cabecera, un monolito de granito de esta tierra, con una discreta cruz en relieve y una placa metálica con el epitafio al que llevo tiempo dando vueltas sin encontrar el que me cuadre. Aunque no podré verlo, me produce gozo imaginármelo.
Con todo lujo de detalles he explicado mis intenciones al Prior, al que los estudiantes llaman Puskas, y le he pedido que tenga a bien acceder a mis humildes pretensiones, sin sobrecoste, además, para la comunidad. Su respuesta, aunque temida, decepcionante: Hermano, el voto de pobreza nos obliga al desprendimiento de todo lo material desde que profesamos hasta el final de nuestros días. Nada nos pertenece, ni siquiera el lugar donde reposará nuestro cuerpo ni la tierra que lo cubrirá. Y singularizarnos, hermano, es contrario a la humildad cristiana a la que estamos obligados. Y ha acabado con el consabido Dios proveerá para quitárseme de encima, que no soy tonto. De ahora en adelante también le llamaré Puskas.
Aunque el tiro le va a salir por la culata, porque he llegado a un trato con Diosdado, nuestro sepulturero, al que desgraciadamente no falta trabajo y es casi de la familia porque cada dos por tres anda por aquí pico y pala al hombro cantando Soy minero o cualquier otra de su repertorio del año de la polca. Es vocalista en una orquesta y en realidad lo que hace es ensayar. Un día le pregunté por la diferencia entre conjunto y orquesta y dijo que depende de si los músicos pasan o no por la barbería. Y que cuando las orquestas tocan, la gente también se toca, se mira a los ojos, se susurra al oído y además sabe bailar. Y que cuando lo hacen los otros, cada uno brinca a su aire y que más que bailar hacen gimnasia. Lógicamente, defiende lo suyo.
Con el dinero que distraigo del cepillo que paso en las misas dominicales, comuniones, bodas y bautizos - mi único cometido desde hace tiempo -, he conseguido ahorrar unas perrillas. A cambio de cien duros, todo en calderilla, eso sí, me hará la sepultura donde he elegido y con el ornamento descrito. Si le piden explicaciones, hemos acordado que se hará el tonto, que se ha hecho un lío con la tumba de otro cementerio. Como doy por sentado que cumplirá el trato, un día o dos a la semana me llevo flores, cuando las hay, o unas ramitas de laurel cuando no, las deposito con mimo en mi parcela y rezo una oración por mi eterno descanso. Por si ni la cebada al rabo, ¿sabéis?
Por cierto, el sepulturero está a punto de ser padre y el matrimonio anda a la greña por culpa del nombre de la criatura. Prefieren niño y él quiere ponerle Diosdado, como él y el abuelo, y ella que ni hablar, que basta con dos en la familia, y que cualquiera menos Diosdado. Y ni el uno ni la otra bajan del burro, y que qué opina usted, hermano. Y yo, que si quiere ganar él pero que parezca que gana ella, que le pongan Adeodato. Como no sabe latín, no lo entiende. Cuando se lo explico me piropea con un hermano, usted tenía que haberse metido a cura, pensando que me hace un cumplido. Le doy veinte duros para el moisés del niño o lo que convenga, más puntos a mi favor para mis planes. Marcha más contento que unas pascuas cantando Se va el caimán, se va el caimán. Hay que reconocer que canta bien el jodido.
-------------------------------
IN DIEBUS ILLIS (III-1)
ÁVILA. INSTITUTO DE TEOLOGÍA (1967/1968)