Comencé esta crónica conmemorando el 50 aniversario de nuestra profesión simple en 1959. Con ella, comenzó el llamado “experimento Tejero”. Separaron a nuestro curso del resto del Estudiantado y nuestro destino era volar alto como el águila que se remonta y se pierde en la lejanía de los cielos, lejos de lo terrestre. Crearon para nosotros un “invernadero” monástico donde nos sirvieron los mejores manjares espirituales e intentaron protegernos de las inclemencias sociológicas e ideológicas de la época. Íbamos a convertirnos en una nueva “raza” de dominicos. El resto de los cursos seguirían nuestro ejemplo. Nuestros superiores quisieron aumentar la cantidad (minimizando el número de quienes abandonaran la orden) y mejorar la calidad de las futuras generaciones.
¿Qué pasó? ¿Cuál fue el resultado? ¿Tuvo éxito el experimento?
De tejas arriba, solo Dios sabe la respuesta y parece que hasta ahora no ha dicho nada. De tejas abajo, yo creo que la aritmética tiene la respuesta y nos dice que los números no indican un saldo muy favorable al cambio. Ni los cursos anteriores fueron tan malos, ni el nuestro (y los siguientes) tan buenos. O, dicho de otra manera: hubo de todo como en botica.
Yo creo que el problema más importante fue que nuestros superiores trataron de continuar o “recrear” el espíritu del Concilio de Trento (o del Concilio Vaticano I) y se cruzó en el camino el vendaval del Concilio Vaticano II. Pasó como con el fenómeno de los vasos comunicantes que aprendimos en las clases de Física. El líquido que sube luego baja y vuelve al mismo nivel.
Se podría escribir mucho sobre este tema y quizá haya tantas opiniones como cabezas pensantes. Ahí está el tema para que alguien lo estudie con más originalidad y profundidad.
Ahora nos podemos preguntar. ¿Qué pasó con las vocaciones? ¿Por qué en nuestra generación-no solo en nuestro curso- se salieron más que antes después de haber hecho la profesión solemne y después de la ordenación? ¿Por qué desde hace 30 o 40 años apenas hay vocaciones? Y sabemos muy bien que este fenómeno es general. No es exclusivo de España ni de los dominicos.
Todos recordamos que en la década de 1950 la Provincia edificó el Colegio de Arcas Reales, el Convento de San Pedro Mártir y el nuevo Pabellón en el Convento de Santo Tomás en Ávila. Nada mejor que estos tres edificios para simbolizar cómo los tiempos han cambiado respecto a las vocaciones. Los tres edificios estuvieron a tope y el manantial de las vocaciones no dejaba de manar. Luego, algo sucedió y hubo un cambio radical. El manantial de las vocaciones se fue secando poco a poco.
La historia nos dice que el Colegio de Arcas Reales comenzó a aceptar alumnos “externos” en 1971 y que en 1979 la totalidad de los alumnos ya no eran “aspirantes”. ¡Arcas Reales dejó de ser seminario para convertirse en un colegio laico como otros tantos!
Algo parecido sucedió con los conventos de San Pedro Mártir de Madrid y Santo Tomás de Ávila. Por falta de vocaciones se convirtieron en residencia de estudiantes laicos o de otras asociaciones religiosas.
Sin pretender ser completamente exacto, es interesante notar que, en nuestra Provincia, en España, de 1980 a 1996 solo llegaron a ordenarse unos 15 nuevos sacerdotes. ¡Ni uno por año! A partir de 1996, empeora la situación y no entra nadie.
En este momento, no llegan a 40 los miembros españoles de la Provincia que tiene menos de 60 años. ¡Y no hay miembros con menos de 40 años! Los nuevos miembros de la Provincia en los últimos 15 años provienen del Oriente: China, Taiwán, Corea…
Lo mismo se puede decir de otras congregaciones religiosas y del clero diocesano en España y en muchos otros países desarrollados.
El ir a los seminarios o conventos dejó de estar de moda.
Todos recordamos como esto había sido, podríamos decir, una tradición de familia.
Recordemos algunos casos. Los Muñoz Hidalgo eran tres hermanos en nuestra provincia: Enrique, Francisco y Florencio. Los González-Pola eran Manuel, Juan y Antonio (en Puerto Rico desde hace muchos años). Los González Cóbreces: Santiago, Gonzalo e Ildefonso. Por último, los hermanos Salvador: Emiliano, Agapio y Félix (de quienes era primo el P. Tomás Pinto).
También en nuestro curso hubo muchos cuyos hermanos, primos o tíos estuvieron, aunque fuera brevemente, en los seminarios del clero regular o secular.
José Luis Abad tuvo un tío que era sacerdote secular en la diócesis de Burgos. Salvador Albarrán tuvo dos hermanos en la provincial (Benigno y Domingo). Un hermano menor de Balbino Arias estuvo unos años en Arcas Reales. José Manuel Asenjo es sobrino del padre Evelio Cuesta. Florentino Casado era primo del hermano Fray Antonio Gutiérrez. Alfredo Díez era primo del P. Tejerina. Felipe Escanciano también tuvo un hermano menor en Arcas Reales por unos años. Lo mismo hay que decir de Emilio Fernández. Santos Fernández Revolvo era primo de José María Marsella Revolvo y de José Andrés Rivero Revolvo. Calixto Franco era primo del P. Agripino Franco y tío de Segundo Gonzalo Franco.
Creo que Lázaro Fuentes también tenía un hermano mayor en la diócesis de León o Astorga. Santiago Fuertes tiene un hermano en la provincia (Jerónimo) y su hermano Magín perteneció al Opus Dei. Alberto García tuvo un hermano en Arcas hasta quinto curso y un par de primos por un tempo máscorto.
Teodoro González tuvo un hermano en la provincia (Paulino) y otro hermano (Pablo) sacerdote en la diócesis de Ávila. José María Ibáñez tuvo un tío (Julio) en nuestra provincia y otro que era Carmelita Calzado.
Adalberto Izquierdo es, como sabemos muy bien, sobrino del P. Claudio García. Antonio Luciano López tuvo varios hermanos menores en Arcas Reales. Yo tuve un hermano mayor (Jaime) y otro menor (Luis). Teodoro Martín es primo de Timoteo y Mariano Merino y también de Maudilio Martín. Además, es sobrino de Fray Victoriano Martín. Timoteo Merino, como ya indiqué, tuvo un hermano (Mariano), dos primos (Teodoro Martín y Maudilio Martín) y un tío (Fray Victoriano). Agustín Requejo tuvo dos primos “lejanos” en la provincia varios años mayores que él (los padres Luis y Marcelino Díaz Requejo)). Tomás Sánchez es primo de Luis Jiménez (quien también era de nuestro curso). Alejandro Valbuena tuvo un tío (Aurelio) y varios primos (Aurelio, Narciso y Elí). Finalmente, José Antonio Vigara tuvo dos hermanos (Belarmino y Miguel Ángel).
Hubo muchos otros casos parecidos entre los compañeros que no llegaron al noviciado. Elías González Cereijo era hermano de Arsenio (varios años mayor). Ramón San Román era primo de Miguel Ángel San Román. Ramón Martínez Galguera era sobrino del P. Tomás Martínez y primo de Jesús Manuel Martínez. Juan Martín Borregón era sobrino del P. Regino Borregón y primo de Evaristo Galán Borregón. Jesús Vicente era hermano del P. Eloy Vicente. Fernando Moliné era pariente del P. Silvestre Sancho. Y…hubo muchos más.
Esto no sucedió solo en nuestro curso. En los demás cursos pasó lo mismo.
Ahora volvamos al grano. Y esto afecta a todos los cursos.
¿POR QUÉ ENTRARON TANTOS ANTES Y AHORA TAN POCOS?
Podemos comenzar echando la culpa a los jóvenes de hoy y elogiando a los jóvenes de nuestra generación. Como comentaba Ronald Gibson, médico de familia inglés,
- “Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos.
- Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país, si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esta juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente horrible.
- Nuestro mundo llegó a su punto crítico. Los hijos ya no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos.
- Esta juventud está malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura.
Seguro que más de una vez hemos tratado de explicar los males del presente echando la culpa a nuestra juventud descarriada, sin ideales y con otros muchos defectos. Seguro que nuestros “mayores” dijeron lo mismo de nosotros cuando éramos jóvenes. En realidad, este argumento no prueba nada. La juventud de hoy no es ni mejor ni peor que la juventud del pasado. ¿No tienen nuestros hijos e hijas los mismos defectos y virtudes que tuvimos nosotros? ¿No tienen los mismos ideales, los mismos miedos, las mismas ansiedades y las mismas aspiraciones que tuvimos nosotros y, antes de nosotros, nuestros padres y abuelos?
La larga cita anterior no se refiere a la juventud de hoy. La primera cita es de Sócrates (470-399 A.C). La segunda es de Hesíodo (720 A.C). La tercera es de un sacerdote 2000 A.C. La cuarta estaba escrita en un vaso de arcilla descubierto en las ruinas de Babilonia (actual Bagdad) y con más de 4000 años de existencia.
Dicho de otra manera, ¡no hay nada nuevo bajo el sol!
A la hora de buscar causas hay que empezar diciendo lo que es obvio. Cada caso es diferente y los motivos de los unos no siempre fueron los motivos de los otros. Aprendimos de Santo Tomás que la voluntad sigue al entendimiento. Nuestra voluntad decide hacer lo que nuestro entendimiento presenta como deseable. A parte de los pocos colegiales, novicios, estudiantes y sacerdotes que fueron “expulsados”, la gran mayoría cambió de rumbo libremente.
Con más o menos trauma, llegó el momento en la encrucijada de la vida donde no todos seguimos en la misma dirección. Estoy seguro que las generaciones anteriores a la nuestra llegaron también a las mismas encrucijadas, pero decidieron seguir en la dirección marcada.
Antes de “profundizar” mucho sobre este asunto, hay que recordar una verdad de Perogrullo. En España, no podían entrar tantos como en nuestra época, porque no había tantos adolescentes. La natalidad se “desplomó”. Desaparecieron las familias numerosas (como la mía de 14 hermanos).
En la década de 1970 apareció en España un estudio sociológico que arroja bastante luz sobre este tema. Entre otras cosas, las respuestas contenidas en él decían que el 75 por ciento de los adolescentes de nuestra generación que fueron a los seminarios lo hicieron “buscando un futuro” mejor a través de la educación. Una educación, que todos sabemos, muchos de nosotros no hubiéramos recibido nunca quedándonos en nuestros pueblos en aquella época. No existían entonces ni las oportunidades ni los recursos.
Los seminarios, tanto del clero secular como religioso, ofrecían la única salida a la inmensa mayoría de la juventud española de nuestra generación. Y ahí está la historia individual y colectiva para corroborar este hecho.
Claro, como alguien escribió refiriéndose a otro tema, “no todo ha sido eso, pero eso también ha sido, y es bueno recordarlo”
En el verano del 2005, el recién elegido papa Benedicto XVI, vino a decir algo parecido en su alocución a un grupo de seminaristas africanos. Les recordaba que el sacerdocio es una vocación de servicio y les exhortaba a no usarlo como medio de “promoción social”. El papa sabía muy bien que, para muchos de esos seminaristas, provenientes de países pobres y subdesarrollados, el sacerdocio y la vida religiosa son, como fueron para nosotros, una de las pocas avenidas para un mejoramiento social.
Mario Vargas Llosa en su novela El sueño del celta (2010), narra la conversación que el protagonista de la misma (Roger Casement) tuvo con dos sacerdotes católicos que le visitaron el día anterior a la ejecución de la pena de muerte a la que fue condenado por traición.
Luego, [Roger] les cedió la palabra, pidiéndoles que le contaran cómo fue que se hicieron sacerdotes. ¿Habían entrado al seminario llevados por una vocación o empujados por las circunstancias, el hambre, la pobreza, la voluntad de alcanzar una educación, como ocurría, con tantos religiosos irlandeses…? El padre MacCarrol había quedado huérfano antes de tener uso de razón. Fue acogido por unos parientes ancianos que lo matricularon en una escuelita parroquial donde el párroco, que le tenía cariño lo convenció de que su vocación estaba en la Iglesia.
-¿Qué otra cosa podía hacer sino creerle? —reflexionó el padre MacCarrol--. En verdad, entré en el seminario sin mucha convicción…
Sin exagerar, podemos decir que, mutatis mutandis, esta puede ser la historia de muchos de nosotros.
Varios compañeros enviaron sus comentarios sobre este tema. El consenso de varios de ellos se puede expresar de esta manera.
“Entraban tantos antes, por la precaria situación económica de las familias, salvo contadas excepciones. Éramos muchos hermanos en casa. Mi padre era minero, labrador, pastor o criado en la casa del “rico” del pueblo. Mis hermanos mayores siguieron el mismo destino. Ser cura era un privilegio y tener un cura en la familia un honor y un seguro contra la necesidad. Pero el seminario era caro, así que sólo las familias pudientes podían soportarlo. El colegio de los frailes era barato. Cuando venía el fraile, acompañado por el párroco, a la escuela y la maestra te señalaba como posible candidato apto e en casa oías aquello de “si no pa´ la mina o trabajar al campo”, y además te compraban ropa y zapatos que nunca habías tenido. La decisión era fácil. “Sí, voy”.
Además de condicionantes socioeconómicos existieron otros más “políticos” para valorar el aumento tan notable de ingresos en las órdenes, congregaciones y seminarios. El salir de una guerra civil, el poder del clero, la propaganda de los colegios, la única salida para las gentes humildes que veían la posibilidad de educar a sus hijos para que tuvieran una vida mejor que la de ellos, el recibo mensual asequible, etc. creo que influyó en la abundancia de “vocaciones”.
Desde Brasil, donde vive desde hace 50 años, escribe Balbino Arias,” Pienso que la España de aquel tiempo era muy diferente de la de hoy. En aquella época muchas familias querían que sus hijos fuesen sacerdotes. Primero que era una buena manera de tener un buen empleo. Ser sacerdote en aquella época era muy importante. El sacerdote tenía gran poder en la sociedad. Prácticamente el alcalde y el sacerdote eran las personas más importantes del pueblo. Era una gran satisfacción para las familias tener un hijo sacerdote. Entonces enviaban sus hijos para los seminarios o para los colegios. Hoy no hay este sentimiento. Hay muchas otras facilidades de subir en la vida con otras profesiones. Ahora difícilmente una familia quiere que su hijo sea sacerdote. Entonces el número de candidatos a sacerdote es muchísimo menor.”
Otros compañeros enviaron un análisis que no tiene desperdicio. Escriben: “Sobre las ENTRADAS masivas en la España de los 40, 50 y 60:
Por extraño que HOY nos resulte, basta comprobar la España de nuestra niñez y primera juventud con la actual: cualquier parecido…es pura coincidencia. Aquella España, cuando ENTRAMOS masivamente estaba:
- Empobrecida, gris y bastante miserable.
- Metida dentro de una dictadura militar-clerical, en la que la RELIGIÓN (sobre todo en la “España profunda”) era “obligado cumplimiento” …
- Empapada, pues (si no ahogada), de religión, imposición, bajada de cabeza, sumisión y preocupación, sobre todo, en cómo encontrar “el pan nuestro de cada día….
Como consecuencia de este panorama, los SEMINARIOS y RELIGIOSOS cumplieron una serie de inestimables funciones: educación y formación, movilidad y ascenso social, económica y. por supuesto, también RELIGIOSA. Para constatarlo, no hace falta más que recordar la procedencia social, económica, religiosa y geográfica de la mayor parte de nosotros.”
España ha cambiado en todos los aspectos. En la educación, ahora casi todo el mundo puede acceder a estudios medios y superiores sin necesidad de ir a los frailes o seminarios diocesanos.
Todo esto explica, al menos en parte, porqué entraron tantos antes y porqué entran tan pocos ahora.
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Texto original de Juan José Luengo García "BreveCrónica de un curso 1953-1968) escrito en verano 2009. Para las otras entradas:
Capítulo 1 (La Mejorada)
Capítulo2 (Arcas Reales)
Capítulo3 (Ocaña)
Capítulo 4 (Ávila)
Capítulo5.1 (San Pedro Mártir)
Capítulo5.2 (San Pedro Mártir)
Capítulo 5.3 (San Pedro Mártir)
DE NUEVO EN ÁVILA: 1963-1968 (VII)
Tercercurso de teología 1965-1966 (VIII)
Quintocurso de teología 1967-1968 (IX)