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LA MEJORADA, por Rufino García Álvarez
publicado el 24/11/2020 a las 16:36
Este nombre siempre me trae a la imaginación un lugar de descanso, de vacaciones. Reaparece en mi imaginario como un balneario o moderno spa. Y no lo digo por su arquitectura ni por sus comodidades, puesto que era un edificio bastante vetusto y con mala conservación pero estaba situado en un lugar de tranquilidad en la extensa y árida meseta castellana de Valladolid. Además tenía unos preciosos pinares y el riego, a poca distancia, del río Adaja. Lo del riego es una figura poética porque el agua que aportaba su caudal era misérrima. En muchos tramos de su cauce parecía un Guadiana porque se sumergía su caudal bajo una abundante capa de arena. Más adelante volveré a tratar sobre el río Adaja puesto que en él desarrollamos muchas gozosas actividades de caza y pesca.
El Convento de Santa María de Mejorada era una finca vallada y que se encontraba a unos 6 Km. de la ciudad de Olmedo, lugar al que, de tanto en tanto, solíamos escaparnos, caminando, para comprar algunos complementos que no conseguíamos distraer de la despensa del convento, para guisar nuestras liebres, cangrejos, huevos de gallina y pato que nos agenciábamos en nuestro triscar por los campos de alrededor, al margen de las viandas que nos servían para comer en el refectorio.
Para ir a comprar a Olmedo nos sorteábamos los turnos y procurábamos ir de civil, paisano, le decíamos, para disimular en las tiendas de la villa, pero nos delataba nuestro atuendo y comportamiento, pero, generalmente, los tenderos sonreían y se hacían los despistados para que no aflorara con mayor intensidad nuestro nerviosismo. Por cierto, de esta villa era nuestro connovicio Jesús Lorenzo que ha sido uno de los 5 estudiantes de nuestro curso que finalizó sus estudios y cantó misa como sacerdote. Fue destinado a Japón, durante estuvo muchos años ejerciendo el apostolado y la docencia, aunque creo que finalmente se ha secularizado y vive con su familia en esas tierras niponas.
Recuerdo que un día vinieron de visita mi padre y mis abuelos y me trajeron unos pantalones largos y un niqui azul marino, así se llamaba entonces a los polos actuales. La textura de citado niki era de nylon y tenía la gran propiedad que servía para todas las tallas. Creo que fue la prenda más utilizada para nuestro disfraz en los dos años que disfrutamos de estas vacaciones en la Mejorada.
Mi estancia veraniega en La Mejorada es uno de los sucesos de mi vida de internado cuyos recuerdos religiosos o de estudios tengo en mi memoria de una manera muy difusa. Solamente recuerdos aislados de acciones de ocio y divertimento pero muy deslavazados e inconexos. Quizá fue una válvula de escape después de la presión y disciplina del año de noviciado.
Con el fin de preservar nuestros hábitos nos dotaron de unas sotanas blancas que utilizábamos a diario en nuestras correrías por aquellos campos y pinares. Que conste que este detalle lo reflejo aquí porque dispongo de material fotográfico que lo respalda, pero no lo tengo registrado en mi memoria.
No me consta tampoco el haber compartido estancia en La Mejorada con otros cursos aparte del superior al nuestro pero también tengo constancia fotográfica por haber participado en una comedia, sainete, con Norberto Cabezas, Pedro Grijalvo, Rufino Adrián y yo mismo, pero no recuerdo ni el título de la obra ni el porqué de mi elección de reparto con compañeros del curso superior.
El tiempo se repartía entre actividades lectivas, religiosas, no podía ser de otra manera, con misa diaria y rosario en procesión por los espacios exteriores del convento todas las tardes. Por cierto, pasábamos alrededor de una valla donde tenían cercadas las gallinas y algunos patos y siempre intentábamos apoderarnos de unos huevos que ponían en el borde de la valla.
Perico Martínez solía ser nuestro cazador/conseguidor y nosotros hacíamos pantalla para que el P. Tejero, nuestro Tutor, no pudiese fiscalizar el robo de tan precioso tesoro para nuestras tortillas. Había también un palomar cilíndrico y muy alto donde criaban palomas y pichones pero que eran condumio de los frailes. Para cazar, sobre todo los pichones, usaban un palo muy largo, tipo pértiga, que zarandeaban por dentro del palomar y con golpes de la vara hacían caer medio atontados a los pichones que después llevaban a la cocina para su guiso pertinente. Nosotros intentamos varias veces cazar en el palomar pero no tuvimos oportunidad de conseguir nuestro objetivo. Teníamos que superar la valla de alambrado de las gallinas más la puerta de acceso al palomar que tenía cerradura.
Hablando del P. Tejero, extraordinario y exquisito en el trato con todos nosotros, tenía una paciencia y carácter bondadoso del que abusábamos muchas veces sabiendo que era muy tolerante. Posteriormente lo tuve durante años en S. Pedro Mártir hasta que fue sustituido por el P. Sansegundo. Me he enterado que en estos días ha celebrado su centenario, me refiero al P. Tejero, y que se encuentra en Manila.
El convento disponía de una pequeña piscina en la que nos podíamos refrescar aunque todos preferíamos ir al río Adaja a darnos chapuzones en las pequeñas charcas que se generaban en los recodos del río junto a las pequeñas rocas. En esas rocas encontraban cobijo los cangrejos de río que abundaban en aquella época. Para pescarlos, mejor dicho cazarlos, sólo utilizábamos nuestras manos ya que no disponíamos de reteles. La técnica que usábamos era introducir un dedo en las cuevas de las rocas y el cangrejo al sentir nuestro dedo cerraban su pinza sobre él. Entonces retirábamos la mano con el cangrejo enganchado y al bote.
Así conseguíamos varias docenas de ejemplares que después los guisábamos en un bote con un poco de aceite, sal y alguna de las especias que habíamos comprado en Olmedo. El récord de capturas lo recuerdo en el día que me visitaron mis abuelos y mi padre. Llegamos a pescar 80 cangrejos. En aquella época no teníamos conciencia ecológica ni de sostenibilidad. Mis familiares aquel día participaron en el suntuoso ágape campestre y fluvial.
Un día tuvimos un susto tremendo con el método de pesca. Muchas veces salía el dedo con cortes de las pinzas pero sin cangrejo, pero ese día salió una culebra de agua que estaba anidada en la cueva. Los gritos y aspavientos fueron monumentales. Salimos todos corriendo río arriba y la culebra, también asustada, nadaba en la misma dirección que nosotros. Todavía tengo en mi memoria cómo zigzagueaba corriente arriba sobre la superficie. Tardamos cierto tiempo en manejar de nuevo esa técnica de pesca porque nos atemorizaba encontrar algún intruso no deseado.
Aparte de la pesca también organizábamos sesiones de caza. En la finca había dos o tres galgos que los llevábamos con nosotros hacia los pinares y los utilizábamos para cazar, sobre todo, liebres. Entre los galgos y nosotros en grupos de cuatro o cinco cubríamos una buena superficie y a fuerza de galopadas y estiradas entre los pinos conseguíamos alguna liebre y alguna que otra perdiz despistada. Qué tiempos aquellos, 18 añitos, hoy en día no apresaríamos a estos alimentos ni en el plato. La dificultad de aquellas cacerías era intentar camuflar la caza para poder guisarla y comerla cuando las circunstancias fuesen favorables.
Aparte del P. Tejero había también otros frailes que le ayudaban durante las diversas actividades del día pero tengo que reconocer que en estos momentos no tengo seguridad en citar casi nombre alguno. Sí que tengo claramente que estaba en La Mejorada el P. Rafael de Diego, le llamábamos el P. Botes por su afición a la jardinería. En grandes botes de conservas sembraba semillas de árboles y plantas diversas que después trasplantaba al huerto o al jardín. Posteriormente descubrimos su pequeño pinar que había realizado con esta metodología en S. Pedro Mártir. Estaba ubicado en la zona posterior del convento, cerca de la valla de salida y junto al campo de fútbol de la riera que daba hacia La Moraleja. Lo llamábamos el pinar del P. Botes, como homenaje a su labor.
También tenía una gran afición a las excavaciones. Le gustaba buscar fósiles y restos de vasijas y utensilios antiguos que intentaba datarlos y clasificarlos. Para ello rebuscaba y excavaba en recovecos y cuevas del entorno. Un día se nos ocurrió hacerle una jugarreta y buscamos una vasija de cerámica. La rompimos en varios trozos y la enlodamos con barro y otros desperdicios para intentar dar un aspecto de vetustez y antigüedad. Posteriormente la enterramos en uno de los lugares en los que le veíamos rebuscar y esperamos a ver su reacción. La verdad que fuimos quienes le redirigimos y nos ofrecimos a ayudarle a encontrar estos vestigios antiguos. Qué alborozo cuando llegó al lugar donde habíamos escondido los restos de nuestra vasija. Pensó que había descubierto alguna pieza antigua y tuvo una gran decepción cuando le sacamos de su error. Al principio se molestó mucho pero después, debido a su buen talante, lo tomó como una gamberrada de juventud y nos perdonó, no tanto el P. Tejero que nos proporcionó una buena filípica.
En dirección hacia Calabazas, de donde había nacido un compañero nuestro, Jacinto Benito Cendón, había un buen paseo y a una distancia considerable del convento se ubicaba un pequeño lago, más bien una lagunilla. Algunas veces íbamos hacia allí de paseo y nos bañábamos en sus aguas. Esto viene a cuento de una anécdota que compartí con mi connovicio José María López Gago. Él era de Salamanca y un gran aficionado a los toros. Por lo tanto un seguidor de “ El Viti” y un detractor de “ El Cordobés”. Ya desde tiempos de Arcas Reales cuando nos dejaban ver algunas corridas de toros por televisión intentaba que me sentara a su lado y me iba explicando con gran fervor las diversas suertes del toreo. Mira que le decía que a mí no me gustaban los toros y que en mi tierra, Asturias, había poca afición y devoción a los toros. Explicación exhaustiva y precisa de cada uno de los elementos de la fiesta taurina fueron descritos persistentemente hasta que conseguí distinguir algunos de ellos.
Esto viene a cuento porque cerca del estanque ese de Calabazas había una finca, pequeño cortijo, en el que había ganado vacuno, algunos toros de lidia. Se empeñó en que tenía que ir a darles un capotazo y que yo le acompañara. Para que se callara acepté y nos fuimos hacia allá. Qué dislate. La hora de la siesta, un calor de canícula en Valladolid y recorrer varios kilómetros para dar unos capotazos y volver para poder asistir al rosario de la tarde sin que nos echaran en falta.
Ante mis quejas por el calor me convenció de que nos podíamos refrescar en la lagunilla. Pero después teníamos que volver corriendo con lo que llegábamos al convento deshidratados y sudados, además con el remordimiento de haber incumplido las normas.
Hicimos esa aventura dos veces. La primera fue un fiasco porque no avistamos ganado alguno en las cercanías de la finca. Volvimos otra vez y Gago fue aprovisionado con un trapo de color rojo, a modo de muleta, para dar realidad a su afición de maletilla/novillero. Saltó él solo la valla de madera y se fue acercando y citando a los toros y yo le esperaba detrás de la barrera. Después de varios intentos unos de los toros se volvió e intentó un amago de carrera hacia donde le estaba citando Gago. Éste soltó el trapo y empezó a correr de tal manera que no podía seguirle. Con lo cachazas que siempre ha sido y lo indolente en los deportes, aquel día superó todos sus records. Llegamos al Convento sin hablar y jadeando. En ese mismo instante perdí mi condición de apoderado, mozo de estoques, peón de la cuadrilla y demás cargos honoríficos del sector torero.
El veraneo duraba unos dos meses más o menos y después no trasladaban hacia Madrid, Alcobendas, en el Convento de S. Pedro Mártir. No volvimos a disfrutar de estas vacaciones en La Mejorada porque después de finalizar primero de Filosofía corrieron nuevas directrices en la superioridad de la Orden y decidieron que deberíamos ir de vacaciones con nuestras familias y lograr algún trabajo remunerado para concienciarnos de lo que suponía ganarse el sustento.