Una tarde de aquel verano de 1960 en el Colegio de La Mejorada nos sorprendió el Padre Tejero, nuestro Maestro de Estudiantes, con la noticia de que nos iba a llevar a los 50 estudiantes que pasábamos el verano allí, a ver una obra de teatro que echaban por la televisión. ¡Nunca habíamos visto una televisión! Iba a ser la primera vez que veíamos aquel aparato que emitía en blanco y negro y del que solo se veía un solo canal. Era Televisión Española.

Nos hizo mucha ilusión conocer por primera vez aquel invento del que nos decían era como tener el cine de nuestro pueblo en nuestra propia casa. Terminada la cena nos llevó a la Sala de Comunidad que utilizaban los ancianos Dominicos misioneros que residían en el Colegio. Nos acomodamos algunos en el suelo porque no había sillas para todos. Y lo primero que vimos antes de que echaran “La venganza de Don Mendo” de Pedro Muñoz Seca, eran unos anuncios que nos fascinaron por su novedad.

Recuerdo que fue lo primero que vi en la televisión. Era un anuncio del coñac “Soberano”, en el que salía una hermosa chica pasando una botella de coñac por la epidermis de su cara que con mirada acaramelada miraba al televidente. A continuación, apareció otro anuncio de un detergente que recuerdo se denominaba “Tu – Tu “. Volvía el anuncio a utilizar la figura atractiva de otra hermosa chica que capturaba la atención del televidente. Aquellas imágenes, aunque fueran solo anuncios, nos deleitaban. Disfrutamos del humor de “Don Mendo”, pero creo que a todos nos gustaba más ver los anuncios y las chicas guapas que salían en ellos.

La nostalgia se acentuaba entre nosotros llegadas las noches después de cenar cuando salíamos de paseo bajo las estrellas. Yo tocaba la guitarra y cantábamos en grupo, a pleno pulmón, las rancheras más conocidas y famosas, cuyas letras nos hablaban de amores gozados o sufridos, anhelos, fracasos, tequilas y borracheras por el desamor. No sabíamos muy bien aquella realidad que se expresaba en aquellas canciones, pero la intuíamos perfectamente. El ansia de amor en el corazón humano es una de las categorías de la realidad humana y del mundo que explica toda su dinámica vital e histórica en casi todas sus manifestaciones, de forma expresa o en formas sublimadas de realización.

Cuando llegaba el momento de retirarnos al dormitorio del piso superior del Colegio, el mismo que había sido el que arropó nuestros sueños en la adolescencia de 1953, nos daba pereza terminar el día. Parecía como si nos faltara algo. No queríamos acostarnos aún. La charla confiada de la buena amistad y ambiente que reinaba entre nosotros quería continuar. Pero el Padre Tejero que dormía en la celda que preside y vigila aquel dormitorio corrido, se daba un paseo por el pasillo central recordándonos el obligado silencio.

Sin embargo, mi amigo Ibáñez y yo, ideamos una manera de entretenernos un poco más de tiempo antes de que el sueño nos rindiera a todos. Procurando no meter mucho ruido. Ibáñez, que siempre tenía artilugios en su celda, que encontraba en las calles de Ávila en los paseos largos, como eran cables, tornillos, alambres, puntas, resistencias, etc., tenía en su poder una linterna. Siempre conocí a mi amigo Ibáñez con alguna linterna y alguna armónica que él tocaba fenomenalmente. No sé de dónde las sacaba, o se las traían sus padres y hermanos en las visitas que le hacían.

Pero la linterna era como un objeto “sagrado y talismán” para él. Acostados en nuestras camas que eran vecinas, ideó la manera de hacer proyecciones con la luz de su linterna en el techo del dormitorio corrido. Para ello recortábamos siluetas de personas que utilizábamos como marionetas a las que hacíamos hablar sobre cualquier tema del día, siempre con humor. Aquella primera “proyección” en la oscuridad del dormitorio corrido fue una sorpresa que entretenía a todos antes de dormir. Luego interrumpíamos la “edición” para dar paso a los “anuncios”, proyectando algún peine personal recomendándolo para los compañeros que incipientemente apuntaban una futura calva.

Cualquier utensilio nos servía para convertirlo en “anuncio” con un toque de humor. Así durante varias noches “hicimos televisión “con nuestras proyecciones en el techo. Aunque no nos dejaban ver televisión, a nuestra manera teníamos “televisión” y “proyecciones de historias” que inventábamos. Creo que era una forma de “salir de allí” y querer ver, vivir, lo que intuíamos se vivía fuera y cuyo reflejo lo habíamos visto reflejado en los anuncios de aquella primera televisión que nos había permitido asomarnos a la ventana del mundo y de la vida de afuera. Las risas reprimidas por temor al Padre Tejero lograron llamarle la atención más de una vez.

Una de aquellas noches de “emisión” de nuestras proyecciones en el techo, mientras todos en silencio escuchaban nuestras historias que con voz queda narrábamos, apareció por sorpresa la figura del Padre Tejero mirando lo que hacíamos. Debió de alucinar al ver en el techo aquel baile de “imágenes” y sombras. Cuando le vimos enmudecimos y se cortó evidentemente la emisión. Con voz queda, pero sin reñir, nos dijo que nos pusiéramos de rodillas a rezar, como si fuéramos unos niños.

Y realmente estábamos disfrutando a nuestra manera como niños. Y así nos levantamos y en medio del pasillo nos arrodillamos, aunque lo tomamos con humor, a pesar de que podría significar una humillación. Pero en aquel contexto, el arrodillarnos como castigo parecía parte de la función de aquella noche de “emisión”. Durante varios días tuvimos que dejar de “emitir”, a pesar de que nuestros compañeros nos rogaban que volviéramos a emitir. Era curioso, pero había como un “síndrome” se abstinencia “televisiva”.