Pasados estos felices días en La Mejorada nos esperaba el convento de Sto. Domingo de Ocaña a donde llegamos para tomar el hábito el 4 de agosto de 1955, fecha en que antes se celebraba la festividad de nuestro Sto. Patrón. El día de la Toma de Hábito fue muy emotivo y en cierta mnera significaba nuestra puesta de largo.
Cierto es que el hábito no hace al monje; pero nosotros nos veíamos de forma muy diferente, algo así como si hubiéramos sido investidos de un don sobrenatural que imprime carácter, la actitud de la gente hacia nosotros también había cambiado, nos saludaban y besaban respetuosamente el escapulario, notábamos que nos trataban como a personas dignas de toda consideración, lo cual era un argumento más que nos confirmaba en la idea de que habíamos dejado de ser niños.
Luego vendrían otros episodios más que apuntaban en esta misma dirección, al menos dos de ellos me gustaría reseñar. El primero es el hecho de compartir mesa y mantel con padres de tanta gravedad que antes sólo podíamos acercarnos a ellos para confesarnos. Era increíble que pudieras estar comiendo junto a ellos y cuando nos permitíamos alguna licencia en cuestión de modestia podíamos incluso cotillear sus movimientos.
Anda mira el padre tal es frugal en las comidas; pero este otro en cambio tiene buen saque. ¿Te has dado cuenta de que todos los viernes del año tal padre se deja el postre? ¿Estará enfermo aquel otro que sólo puede tomar las legumbres en puré? No menos orgullosos nos sentíamos de concelebrar con ellos en el coro la liturgia y el rezo de las horas incluso llevando a veces la voz cantante como si de monjes hechos y derechos se tratara, aunque a veces también nos vencía el sueño y dormíamos en las meditaciones mañaneras.
Otro episodio aislado vino a llenarnos de extrañeza y también de satisfacción, fue el que tenía lugar con motivo de la festividad de los Fieles Difuntos. Según parece era costumbre inveterada, el que los novicios del Convento de Sto. Domingo visitaran el Cementerio Municipal en las horas de más concurrencia de público y la gente lo sabía. Cuando llegó el momento allí estábamos nosotros, y las personas que se habían percatado de ello comenzaban a arremolinarse pidiéndonos que nos acercáramos a las tumbas de sus respectivos familiares a rezarles un responso. El Padre Maestro nos hizo saber que contábamos con su autorización.
Nunca nos habíamos visto en otra mayor; pero no teníamos más remedió, así que dándole un carácter de solemnidad nos dispusimos a cumplir con ésta para nosotros trascendental misión. Nos dispersamos por todo el cementerio, según iban llegando las solicitudes y cada cual por unos momentos fuimos protagonistas de las situaciones más variopintas que luego entre nosotros comentamos y que más o menos podrían ser descritas en estos términos. “Pues yo al principio me puse nervioso y apenas me salía el responso; pero como era en latín. Yo no daba abasto… A mí me confundieron con un padre…. A mí me estrecharon las manos y hubo alguien que las besó. A mí una señora estaba empeñada en pagarme el responso. Qué se yo… situaciones divertidas unas y emotivas otras.
No puedo por menos de reseñar también algo importante que nos produjo verdadero impacto, fue el vernos en una celda para nosotros solos en la que nos sentíamos extraños. Acostumbrados a vivir en constante compañía los unos con los otros las 24 horas del día nos resultaba raro que de buenas a primeras pasáramos a una situación de semianacoretas.
Al principio no sabíamos cómo afrontar semejante situación, llegando a tener una cierta sensación de claustrofobia porque no estábamos acostumbrados a la soledad ni a permanecer encerrados tantas horas en un espacio de 20 metros cuadrados, pero nos fuimos acostumbrando y poco a poco comenzábamos a percibir sus efectos gratificantes en forma de un gran calma y sosiego para el espíritu.
El hecho de poder disponer de unos espacios y tiempos reservados sólo para ti permitían preservar la personal intimidad y te iban adiestrando en el proceso de interiorización abriéndote la puerta a otros mundos hasta ahora desconocíamos.
Progresivamente se fue produciendo el encuentro con nosotros mismos que nos permitía ver el rostro oculto que nos identifica y nos define nos permitía también sentir con más inmediatez la presencia de Dios. En estas horas de soledad y silencio tuvimos la ocasión de poner en orden un torbellino de ideas y sentimientos dispares tratando de encontrar un equilibrio en el que sustentar una maduración espiritual y humana. “Conócete a ti mismo” recomendaba Sócrates para poder llegar a la meta. A ello contribuyeron largas horas en la celda de meditación y lectura reposada que tanto nos ayudaron a crecer
El año de noviciado en Ocaña yo le caracterizaría como un prolongado retiro espiritual en el que se produjo un sorprendente descubrimiento de nosotros mismos y sobre todo un encuentro más personal e íntimo con Dios. Un año de intensa vida espiritual en que nos empapamos de lo divino y del espíritu de la orden siempre con la ayuda inestimable de nuestro maestro P. Rodrigo y de su ayudante P. Garrido.
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LOS AÑOS PASADOS CON MIS COMPAÑEROS DOMINICOS
Un concierto en Santo Tomás me retrotrae al pasado (I)
A Santa María de Nieva llegamos curtidos (II)
Estrenamos el colegio de Arcas Reales (III)