Otro de los aspectos llamativos de la construcción, sobre todo si consideramos la época tan conservadora en todos los aspectos en el que fue levantado, resulta de lo más sorprendente, especialmente porque todo el colegio, no sólo la iglesia, se pensó como un conjunto. La iglesia, propiamente dicha, que ahora aparece en muchos libros de historia del arte y la cultura, fue enormemente criticada en su tiempo, incluso por arquitectos que gozaban de prestigio. Posiblemente, que la obra se concibiera de esa manera y pudiera ser llevada a cabo, sólo puede atribuirse, tanto a la genialidad del arquitecto, como al “alma Mater” que desde dentro de la Provincia del Santísimo Rosario la lideró, el P. Silvestre Sancho, provincial del Santísimo Rosario en la época (aparece en una foto, más abajo, durante la inauguración).
En aquella época, el arquitecto, Miguel Fisac, era un miembro muy activo del Opus Dei, prácticamente uno de los fundadores junto con Jose María Escrivá, quien a su vez tenía una relación muy directa con el P. Silvestre Sancho. Casi con toda seguridad, esta relación fue uno de los motivos por los que Miguel Fisac se convirtió en arquitecto de Arcas Reales, así como de varias obras más para los dominicos de la Provincia del Santo Rosario. Aparentemente, los recursos financieros procedieron del Extremo Oriente (Filipinas), a través del General Douglas MacArthur quien ordenó compensar a los dominicos por la ocupación (¿uso?) de la Universidad de Santo Tomas de Manila, tras la ocupación japonesa en la II Guerra Mundial.
El Colegio Apostólico de Arcas Reales en Valladolid (1952) se puede considerar una obra fundamental en el panorama español y tuvo un importante eco internacionalmente. La obra de Miguel Fisac se produjo paralelamente al proceso de construcción de uno de los conjuntos religiosos más emblemáticos del país en aquel momento, la Basílica de Aránzazu, cuyo complejo escultórico le fue adjudicado a Oteiza en 1950 y prohibido en 1954, debiendo esperar al año 1969 para su finalización y colocación.
En Arcas Reales, otro muro ciego, en esta ocasión de curvatura convexa en piedra propia del lugar, la caliza de Campaspero, vuelve a convertirse en el emblema del complejo coronado por la figura de Santo Domingo de Oteiza. La participación de diversos artistas como José Capuz, Alvaro Delgado, Ferreiras, Labra, Susana Polack y Valdivieso, representa la consolidación del concepto de arte total que anunciaban sus primeras obras.
Cuando en 1954 Fisac recibió la Medalla de Oro de la Exposición de Arte Sacro de Viena por esta obra, se produjo un efecto estimulante que trascendió de su propia trayectoria profesional para simbolizar un salto cualitativo de la arquitectura española. Las cualidades del lugar, un amplio paraje abierto en las afueras de la ciudad, sin referencias naturales notables ni elementos característicos en el entorno, dieron pie a la organización de un sistema en el que las piezas claustrales ordenan los sucesivos núcleos. Este había sido el sistema racional por el que se habían organizado los conventos de la orden desde sus orígenes, por lo que los sucesivos pabellones de espacios diáfanos acristalados en fachada contrastaban de modo regular con los lienzos de muros que sugerían la construcción tradicional del lugar.
En la iglesia comienza a aparecer una combinación de recursos constructivos, espaciales y plásticos que se encuentran en las sucesivas etapas de la producción religiosa del arquitecto. En este caso, el espacio asambleario ceñido por un característico muro de ladrillo macizo visto intensifica su sentido trascendente por la disposición oblicua que confluye en el centro en las escalinatas situadas en el altar. La continuidad intensa de este espacio es interrumpida bruscamente a ambos lados de la pieza absidal por dos amplias secciones laterales de cristaleras. Ambas franjas, que recorren el muro en todo su desarrollo vertical, introducen de modo regular una iluminación que transforma simbólicamente el testero del muro curvo absidal en un elemento desmaterializado en el que destaca el grupo escultórico central.
Este sistema de vacío inmaterial opuesto a la intensidad puntual del elemento escultórico ha sido interpretado como aplicación del sentido compositivo abstracto del arte japonés, expresado en el tokonoma, pequeño espacio de la casa japonesa que constituye el núcleo de significación espiritual del interior, y cuenta con un altar privado budista en el que se conjugan la reproducción de un fragmento real, una ventana fingida, la iluminación, un pensamiento contenido en una lámina, o un paisaje natural y también un elemento tridimensional. Los sentidos son también estimulados mediante cirios perfumados.
En cuanto al dinamismo espacial, el sentido ascensional del itinerario de la nave se intensifica mediante la escalonada ascensión de la cubierta, gradualmente interrumpida a cada tramo por una perforación inclinada de vidrieras ejecutadas por José María de Labra con la temática de los misterios del rosario.
Este sistema de cubierta mediante cerchas metálicas invertidas ya había aparecido en el proyecto de Instituto Laboral en Daimiel, Ciudad Real (1951), considerado por Fisac como un edificio fundamental en esta etapa y en el conjunto de su obra, debido a que cristaliza las conclusiones producidas por sus dos primeros viajes e inaugura el método del itinerario mental como procedimiento de proyectación.
El espacio resultante con su doble dirección y la tensión gradual concentrada en el ábside, tanto exterior como interiormente, representa una de las primeras aplicaciones de la concepción espacial de carácter simbólico presente en muchas de sus obras, e inspirada por principios de percepción orgánica del espacio. Muchos años antes de la reforma introducida por el Concilio Vaticano Segundo (1962-65), Fisac estudia la noción de espacio comunitario reinterpretándolo según parámetros universales de percepción que explica como propios de los grupos humanos: si se coloca un grupo de personas todo lo numeroso que sea en un campo abierto en Castilla, si se individualiza un punto de referencia, por ejemplo, un palco desde el que hablara un orador, todo el grupo se colocará en un sector circular cuyo ángulo central será aproximadamente de 120 grados. A esto denominaba ángulo humano. De este criterio deriva la disposición de la mayoría de sus iglesias: la conformación en abanico, y las diversas variantes que se suceden en las iglesias posteriores de Málaga, Alcobendas, concurso para la parroquia de San Florián en Viena, parroquia de la Coronación en Vitoria, Santa Ana en Moratalaz.
TEXTO: Para los apuntes arquitectónicos: “El arte total de Miguel Fisac en Arcas” Reales (María Isabel Navarro Segura)