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Homenaje al Padre Bonifacio Solís OP, Ambrose Mong
publicado el 28/10/2021 a las 06:06
Cuando me enteré de que el padre Solís había regresado a España para siempre, me sentí triste y me costó creerlo. Ahora que ha dejado este mundo, estoy desolado. Nunca tuve la oportunidad ni el valor de decirle lo mucho que le quería y admiraba. Le estoy muy agradecido por haberme enviado a Sevilla, para el noviciado, y a Roma, para estudiar el sacerdocio. Me dio su bendición cuando solicité ingresar en la diócesis de Hong Kong. Me ayudó a escribir la carta al Papa Francisco sobre la incardinación en la Diócesis, completó el papeleo y me bendijo.
El padre Solís era una de esas figuras más grandes que la vida que sólo leemos en los libros o vemos en las películas. Un administrador de primera clase y un sacerdote dedicado, fue elegido como Superior Provincial de la Provincia del Rosario durante cuatro mandatos, lo que me pareció injusto para él y perjudicial para su salud. De gran talento y dotado para relacionarse con la gente, era admirado por muchos, tanto en Asia como en Europa. Solía pensar que si no hubiera sido sacerdote, habría sido presidente o director general de una corporación multinacional. Y si se hubiera casado, habría sido un padre fantástico para sus hijos. Se entregó con todo su corazón en todos sus deberes y en la vida religiosa, con una dedicación total y sin tener en cuenta su propia comodidad o conveniencia. Convencido de la Misión, se esforzó al máximo, a costa de su propio bienestar personal. Exteriormente, parecía duro y distante, pero todos sabemos que en el fondo era un alma amable, una persona encantadora. Siempre estaba al lado de sus hermanos.
Como Provincial, tenía que viajar mucho, cosa que creo que le encantaba. Sin embargo, siempre tomaba la ruta más barata, con grandes inconvenientes para él. Mientras estaba en tránsito o esperando el siguiente vuelo, se ocupaba de la correspondencia, de corregir o editar los trabajos y las tesis de los estudiantes-hermanos. Cuando se le enviaba un correo electrónico, respondía con prontitud, tanto si estaba en Asia como en Europa o en América Latina. Durante un Capítulo Provincial en Ávila, en nuestro día libre, el P. Solís tomaba prestado el coche de su hermana para visitar a los padres de los frailes que trabajaban en el extranjero.
Nunca le había visto tomarse vacaciones: era más feliz cuando estaba trabajando. Comía y bebía con moderación y siempre estaba presente en las oraciones y los ejercicios espirituales. Cuando dejó de ser provincial, asumió la tarea de maestro de novicios con gran fidelidad. Pensé que sería duro para él, sin los beneficios de un alto cargo y la libertad de movilidad. Pero no, lo hizo muy bien: vivió sus votos de forma ejemplar. Una vez me dijo que un buen religioso no necesita un superior. Nos lo demostró.
Muy inteligente, asumió las responsabilidades de Síndico de la Provincia (Ecónomo), y otros deberes, muy rápidamente, incluso a la edad de 70 años o más. Se formó en el Alphonsianum, en Roma, se doctoró en teología moral, pero podía enseñar casi cualquier cosa. Un hombre de ese calibre tendría éxito en cualquier profesión, ya sea en la iglesia o en la vida civil.
El P. Solís tenía debilidad por los chinos y estaba muy centrado en la promoción de las vocaciones en China. Una vez dijo a los dominicos en Australia que si tuviera que empezar de nuevo, aprendería chino. Tenía un gran amor y un sincero respeto por el pueblo chino.
Estoy convencido de que el padre Solís está en el cielo rezando por nosotros. Pero el dolor de su ausencia lo sentiremos siempre. El mundo es un lugar mucho más pobre sin el P. Solís.
Una vez dijo que, cuando llegara el momento, le gustaría irse rápidamente. Nuestro Dios misericordioso ha concedido a su fiel servidor, el P. Solís, su deseo.
Que su alma descanse en paz.